Puede parecer una broma y seguro que muchos reirán de los chistes que salgan por la celebración de este día sin dietas, pero para quienes enfrentan una condición mental en la que luchan día a día con el rechazo social, y el de ellos mismos, por no aceptar la forma de su cuerpo, es algo muy serio, tanto que los puede llevar a evitar la ingesta de alimentos debido a que se ven o se sienten “con sobrepeso”, y caen en trastornos mentales, y desórdenes alimenticios severos. Sí, definitivamente, es un asunto muy serio, de vida o muerte.
Yo misma, al llegar a la adolescencia, presionada por los estándares de belleza del mercado, empecé a padecer de ciertos trastornos, por el rechazo a mi propio cuerpo: al principio fue empezar dietas nerviosas, por el afán de no engordar, luego la dieta se convirtió en anorexia, la supresión casi total de la ingesta de alimentos, que luego se combinó con bulimia crónica, la expulsión inducida de cualquier alimento que se haya ingerido, debido al sentimiento de culpa por comer.
Medir menos de 1,50 cm y tener el rostro redondo, aunado al desorden mental en el que estaba cayendo, me hacían sentir obesa, y deforme. Rechazaba mi cuerpo, odiaba no poder verme como mis amigas de 1,80 cm, delgadas y esbeltas. Sentía que todas alrededor de mí eran perfectas, pero yo no lo era. Eso detonó en mí un profundo sentimiento de rechazo, que aunado a problemas que yo interpreté como rechazo social, llevó mi vida al borde del colapso.
A los 16 años, estando al borde de la muerte, desnutrida, con taquicardia, con el peso de un niño de 8 años y sin poder levantarme de la cama, tuve un encuentro con Dios, y experimenté su amor en un abrazo, y entendí que Él me ama tal cual como yo soy, y decidí vivir para Él y no para los demás.
No es fácil luchar día a día con el miedo de verte en el espejo y sentirte gorda, no es agradable, lidiar con el afán de inconscientemente tomar tu muñeca para medir con los dedos de tu otra mano si has engordado un poquito o no, o probarte la ropa de tu armario para ver si te queda holgada o ajustada; no es fácil, ni es agradable. Pero cuando entiendes lo que de verdad importa, tus miedos retroceden, y tu ansiedad se minimiza.
Lo que de verdad importa es lo que eres, y eso va más allá de lo visible; el valor personal no lo determina la estatura, ni el peso, ni la opinión de los demás. Tu espíritu es tu verdadero “Yo”. Y a través de tu espíritu, Dios ha depositado grandeza y eternidad en ti. Aceptarte en esa medida, es lo que te llevará a valorarte tal y como eres, porque entenderás que lo que Dios dice de ti, está por encima de lo que dices tú o los demás.
Cuando te conectas a Dios por medio de la fe en Jesús, su Palabra es la que sustenta tu valor. Y Él dice que tu cuerpo es su templo, donde Él habita. Ya no te perteneces a ti, eres propiedad de Él, porque Él pagó por ti un precio muy alto, su propia sangre.* Por el precio que Él pagó, entiendes que tu vida tiene un alto valor; vales mucho para Dios, y lo vales así, tal cual eres.
Entonces, lo mejor que puedes hacer es dedicar tu cuerpo, no a los falsos estándares de la belleza, sino a honrar y agradar a Dios que es quien te asigna el alto valor que tienes. Decidir eso, te hace celebrar, no solo un día sin dieta, sino toda una vida de aceptación por tener tu cuerpo esa forma única que tiene.
*1 Corintios 6:19-20
Libna Villegas de Parra
Departamento de Redacción NotiCristo.