En el año 2001, el hambre era el principal problema que azotaba Malawi, una zona africana, afectada por las inundaciones y las sequias. Tener la oportunidad allí de realizar dos cosechas en el año, era algo impensable.
Para obtener recursos el gobierno cedía en concesión los bosques a las grandes compañías madereras, y la tierra se quedaba sin barreras naturales para evitar las inundaciones en tiempo de lluvia, y en tiempos de sequía, los grandes vientos, secaban la tierra, y era imposible volver a sembrar, porque la tierra quedaba convertida en un desierto.
El problema: no había lluvia para regar la siembra. Sin lluvia, no había cosecha. Sin cosecha, no había sustento, ni economía, el mercado local se vació, las familias no tenían para pagar los colegios. Los estudiantes abandonaron las aulas y los profesores abandonaban las aldeas.
William Kamkwamba, un estudiante de 14 años de Wimbe, una aldea de Malawi, que había sido expulsado del colegio local por no pagar la mensualidad, y que entraba a escondidas a la biblioteca para no abandonar sus estudios, leyó en un texto escolar, que se podía crear energía a partir del viento.
Con ese saber, y usando su ingenio, William construyó, partiendo de material reciclado de un basurero local, y con la ayuda de la gente del pueblo, una torre de energía eólica, que proveyó electricidad para bombear agua del pozo local, y regar el sembradío.
El día que el molino de viento comenzó a girar, la vida de la aldea, de la familia Kamkwamba, y de William, giró también. William se convirtió en un héroe nacional, por ser el niño que había puesto a producir el desierto. Y su vida fue llevada al cine, en una película denominada “El niño que domó el viento”.
“Se alegrarán el desierto y la soledad; el yermo se gozará y florecerá como la rosa”. (Isaías 35:1)
Kamkwamba nos demuestra la verdad de una promesa divina: Se puede transformar el desierto. Ésta es una promesa que da a entender que el plan divino involucra la transformación del desierto. Basados en esta promesa, debemos creer que la tierra árida que podamos estar atravesando, ya sea en lo económico, moral, ético, emocional o espiritual, puede ser conquistada, de la misma manera que lo ha hecho Israel, y que lo hizo William Kamkwamba.
En el mismo desierto donde estamos, están también los recursos externos que necesitamos para transformarlo; pueden ser cosas recogidas de un basurero, reciclables. La historia de William nos muestra que el único recurso que hace falta, ya nos ha sido dado y está entre nuestras dos orejas: es el cerebro que pone a funcionar nuestro ingenio.
Dios quiere que pongas a funcionar tu mente para generar ideas que transformen tu desierto.
El conocimiento que tienes, algunos materiales que ya no usas, la familia que te acompaña, son recursos asignados para ayudarte a dominar los elementos que pueden traer vida a tu desierto. En vez de usar tu mente para criticar al gobierno, quejarte de tu situación, o despotricar de tu suerte, úsala para crear ideas, que te ayuden a hacer florecer tu desierto. Hoy día tienes más información de la que podrías procesar en cien años. Anímate. Cree en tus ideas, y créele a Dios, que es quien te capacita, para hacer florecer tu desierto.
Ora conmigo:
Señor decido abrir mi corazón a tus promesas. Permíteme crear cosas nuevas que den vida a mi desierto. Me abro a tu creatividad. Me abro a tus ideas. Y recibo desde ahora la orden de prosperar en medio de este desierto. En Cristo Jesús, lo creo. Amén.
David Parra
Departamento de Redacción NotiCristo
Pastor de CeCERDi