Es todo lo contrario a lo que se espera de un guerrero, su estatura no es la de una montaña, su cabeza no se pasea de lado a lado, erguida y orgullosa, su mirar no intimida ni amenaza… sin embargo, se abre camino entre los presos como si fuera la espada de Jehová, y al tiempo que les bendice, mirando directamente a las pupilas, los reos bajan la cabeza prorrumpiendo un lastimero “Amén pastor” lleno de respeto y sumisión.
Este guerrero no levanta mucho la cerviz, y cuando sus ojos se detienen en algún hombre, le aman y predican al mismo tiempo. Su caminar es manso como el de un cordero, pero la seguridad de su andar refleja al León de Judá.
Son muchos los presos que quieren hablar con él, pero nadie le detiene pues conocen su rutina: Elías entra todos los miércoles a primera hora de la mañana, camina sin detenerse hasta llegar al área más peligrosa y nauseabunda de todo el penal: “Los Desechables”; un comedor abandonado que forma un área de unos 80 metros cuadrados, y en el que viven unas 100 almas desahuseadas por las drogas, y todos ellos están armados con cuchillos, pica hielos y machetes.
Reposan y juegan unos sobre los otros como un montón de cadáveres al estilo de holocausto judío... Allí no entra ningún preso que sueñe con salir a la calle. Dicen que ahí está el “King Kong”, una entidad demoníaca que se te echa encima y te aprieta hasta dejarte como un “zombi”. Una vez que has caído en esa mazmorra, tus deseos de ver el mundo, recuperar a tu familia, incluso, sentir pasión por una mujer… todo eso se va… y la droga, la muerte, la ira, se adueñan de tu corazón. La carne desaparece de tus huesos, los ojos se ennegrecen y tu boca se seca. Toda tu alma queda encadenada al abismo y tus actos son gobernados por “King Kong”, el rey de la muerte.
-Buenos días muchachos, Dios me los bendiga para siempre. Qué bonitos amanecieron hoy… –grita Elías entrando a la negrura de la nave- Se ven tan peinaditos y aseados, como debe estar un hijo de Dios. ¿Quién me puede dar un gloria a Dios?
- ¡Gloria, Gloria, Gloria a Dios! –Gritan a una sola voz “los desechables”
- ¿Quién es el que vive?
- ¡Cristo!
-¿Y a su nombre?
- ¡Gloria!
- Abramos nuestras Biblias, y si no tiene biblia porque se la fumó, imagine que la tiene y abra sus oídos, porque va a escuchar ¡Palabra de Dios!
- “Amén” –gritan los presos-
- El Señor es rico en misericordia, tanto es así que no se ha olvidado de ustedes, son lo más bonito que tiene Papá y está preparando morada para quienes le acepten en su corazón, porque no es imposible que algún día cuando estén con Cristo, metan sus pies bajo la mesa del Padre y se gocen en el banquete de la eternidad.
Los presos han dejado a un lado sus pipas de “crack”, las armas apenas se sostienen en sus manos. Aman a este hombre que en lugar de hablarles de su miseria, les pinta y declara una vida mejor, una oportunidad para ser otro, un yo distinto que no está bajo el dominio de “King Kong”, un yo que juega y pasea con libertad, y tiene derechos, y felicidades, y hasta un papá que lo quiere.
Elías lee el Salmo 102 y mientras la lectura avanza los reos pierden el interés, entonces el hombre levanta su voz y el Salmo rebota contra las paredes. El negror y el hedor entran por lo ancho de las narices. Muchos pierden el control y la manifestación demoniaca que los domina se muestra en toda su malignidad. Pero estos demonios son incapaces de tocar a Elías, quién los reprende en el nombre de Jesucristo y desparecen dejando en el preso una puerta abierta para que entre la luz. Todos los privados de libertad quieren llorar, pero si alguno se atreve a manifestar ese tipo de emoción, deberá irse a una de las siete iglesias del penal, y entregarse a la vida del cristiano en prisión. Lo llaman “manchar la rutina”.
- El otro miércoles vengo otra vez… ¡y espero encontrar menos gente aquí! ¿Amén varones?
- ¡Amén! –grita el coro.
Elías sale de la caverna hacia la luz del primer patio. Un lucero -es decir; el reo que hace de guardián, impidiendo que los presos violen las fronteras invisibles que separan cada área del retén- le detiene con superioridad.
- Ya va pastor… deme una Palabra.
- Jeremías 17:5: “Así ha dicho Jehová: Maldito el varón que confía en el hombre, y pone carne por su brazo, y su corazón se aparta de Jehová”, y dice el siguiente verso: “Será como la retama del desierto, y no verá cuando viene el bien, sino que morará en las sequedades del desierto, en tierra despoblada y deshabitada”.
El Lucero baja la mirada y soltando un lastimero “Amén” deja pasar a Elías al patio principal donde está la cancha, y alrededor de ella puede verse una multitud de pequeños tarantines, bodegas, carritos de “perro caliente” y azadones para parrillas. Las mujeres andan de aquí para allá con sus novios o familiares, y el preso que tiene la suya, solo a la suya mira, y el preso que no tiene, la de nadie puede mirar.
Los que no fueron visitados, colocan sus ojos en la figura del evangélico que viene de la calle a traerles una porción de fe y una pisca de perdón. Lo ven desplazarse cabizbajo hasta el centro de la cancha, allí donde está un hueco en el concreto y un ramillete de hierba crece en medio de la enorme losa.
- Hoy tuve un sueño –Alza con potencia su voz-, y en este sueño Dios me mostró que a este lugar vendrá un hombre que los encaminará a la salvación… Y no seré yo, mis hermanos, este varón saldrá de sus propias filas: Un preso, sí, un privado de libertad será el líder que Dios use para derramar su bendición sobre “La Cuarta”. Ya no habitarán las sequedades del espíritu, torrentes de agua viva y manantiales de paz serán el deleite de sus ojos.
Un hombre blanco, alto y corpulento se abre paso entre la multitud. Camina hacia Elías con actitud desafiante.
- ¿Cuáles torrentes, si aquí no llega el agua desde hace un año? Muéstrame primero el agua, y después al aguador…
- Hombre de poca fe. Nunca desafíes al Dios de Israel; Jehová de los ejércitos… ¿Quieren agua?
- ¡Amén! -Gritó como un trueno “La Cuarta”.
Elías se dirige hacia un montón de escombros y comienza a revisarlos, encontrando un tubo que al final tenía una llave de agua. Y regresando con el objeto en la mano, declara a viva voz:
- Porque no han creído la Palabra de Dios, el juicio sea sobre sus cabezas, y para los de poca fe, sigan creyéndole al Diablo, y estarán con él cuando llegue la hora de su muerte.
Y diciendo esto entierra el tubo en el hueco donde crece la hierba, y los reos observan esta acción con risas y escepticismo. Elías cierra los ojos y una oración mueve sus labios. Toma la llave, la gira lentamente... Y los presos son testigos de cómo empieza a salir un chorro de agua, de un tubo que acaban de clavar en el piso.
La Cristomorfosis: Una novela de Marco Gentile
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