La astuta serpiente se movía sigilosa entre los árboles, seduciendo con palabras y astucia a la mujer. Ella sabía cómo manejar los sentidos. Ella sabía jugar con el deseo y las ganas. La tentación estaba planteada, el fruto aparecía apetecible a la vista de la mujer, era codiciable a lo sumo, y comerlo resultaba más irresistible al pensar que arrojaría una consecuencia admirable: serian como Dios. Así que dejándose llevar por el deseo y las sensaciones, Eva extendió su mano y tomó el fruto, y con una mordida, le puso fin a la vida conocida, y entró sin timidez a la vida de pecado por la desobediencia.
La vida humana quedó marcada por aquel acto. De allí en adelante, el camino de la redención, significó volver por el camino de la obediencia. En todos los períodos de la historia, Dios ha buscado que el hombre se vuelva a Él en obediencia. Pero por diversas causas, la lucha entre los sentidos, la razón y los deseos, sigue hundiendo al humano en una virulenta lucha, por la subordinación.
Dios es el mismo ayer, hoy y siempre. Es misericordioso, pero también es justo. Él siempre ha querido redimir al ser humano, pero el asunto es que muchas veces no entendemos su carácter y esencia, y aun cuando decimos creer en Él, podemos manejar una imagen distorsionada de su naturaleza.
El pueblo de Israel en el desierto tenía una imagen patéticamente desfigurada acerca de Dios, al punto que se atrevió a decir: «Jehová nos aborrece, nos ha sacado de tierra de Egipto para destruirnos». Ese pensamiento, no los dejó entrar en una relación efectiva de sometimiento a Dios, y les quitó la posibilidad de acceder en ese momento a toda la herencia que Dios había decidido darles, por la obediencia de su ancestro Abraham.
Fue necesario que Moisés hiciera un loable trabajo de maestro, para enseñar al pueblo que el acceso a la herencia del Dios que les libertaba, debía basarse en una relación de fe y de obediencia a sus principios y normas. De esa manera, acceder a la libertad y a la herencia, ameritaba orientación y obediencia. Por eso recibieron La Ley, para que tuvieran una base escrita de los valores que Dios quería que guardaran. La Ley no era un medio para conseguir la tierra prometida, sino un medio para poseerla.
La obediencia a la Palabra de Dios nos hace poseer y mantener la promesa de Dios, disfrutando de sus beneficios. Somos el pueblo de La Ley, no el pueblo de la tierra. Es decir, lo que nos asegura la tierra y todos sus tesoros, no es vivir en ella, sino mantener los principios de Dios mientras moramos allí. Vivir de acuerdo a su palabra, dará testimonio no de nosotros, sino de los principios que practicamos. Por eso lo que engrandece a una nación son sus principios y leyes, y no sus recursos naturales.
A fin de cuentas, Dios busca levantar un testimonio, que muestre a las naciones, la grandeza de sus estatutos. Dios quiere que seamos modelos de obediencia a sus leyes, para que el resto de la gente valore nuestros principios, y quiera ser parte de ellos, por los beneficios que reporta, por la garantía de vida y bienestar que representan.
Pero no podemos pensar que la gracia no amerite obediencia. Por el contrario, Pablo dijo: “La gracia y el apostolado nos fueron dadas para la obediencia a la fe en todas las naciones” (Romanos 1:5). El trabajo de Moisés, fue enseñar La Ley, el trabajo de Jesús y de los apóstoles, fue enseñarnos la obediencia, mediante la gracia y la fe.
La obra perfecta de Cristo habilitó la tarea del Espíritu Santo: grabar la palabra de Dios, Su Ley, no en tablas de piedra, sino en la tabla del corazón y la mente. De ese modo, la palabra de Dios nos lleva a un nivel de revelación y entendimiento del carácter y la naturaleza divina, y nos mete en un estilo de vida de reverencia y honra a Dios, que trae como resultado nuestra obediencia.
Seguirnos viendo como niños mimados, de un Dios indulgente, es por tanto un insulto al carácter divino. Necesitamos entender que pertenecer al pueblo elegido implica la gran responsabilidad de vivir nuestra obligación de honrarle de corazón como el soberano supremo y entonces guardar sus estatutos.
Dios nos llama a tenerle como el único Dios, esto implica quitar todo aquello que pueda tomar su lugar en nuestras vidas. La base de nuestra relación con Dios está en nuestra fe al único Dios, y esa fe, se revelará por la obediencia a la palabra de nuestro único Dios. Él nos dio sus promesas para que le manifestáramos y ganáramos al mundo para él. Nuestra obediencia abrirá las puertas de nuestra libertad, y nos dará acceso entonces a nuestra herencia como nación.
Nelson Velázquez
Comunidad Cristiana Vida y Generaciones
Ciudad Bolívar, Estado Bolívar.
Departamento de Redacción NotiCristo