Mi amado Martín:
Dios tenga piedad de nosotros porque ha llegado el día de las lamentaciones. Hemos sido entregados a nuestros perseguidores y éstos se ríen y nos ponen como ejemplo, burlándose de los cristianos y teniéndonos por delincuentes. Leí en el periódico que tú y yo somos los cabecillas de una peligrosa banda terrorista llamada “Los evangélicos”, y que matamos a un Capitán que había descubierto nuestro escondite. No sé cómo consiguieron las pruebas que dicen tener sobre ti, y desconozco cómo llegó ese celular a tus manos. Pero sé que eres tan inocente como yo de lo que se te acusa, te amo hasta los tuétanos y tu alma no me es ajena; me has confesado tus pecados más dolorosos y entre ellos ninguno me dio algún indicio de que tuvieras un mal corazón.
El día que me maltrataron supe que a ti te mataban, y entre bofetadas oré al Señor por tu vida, que es la mía, como dos filos de la misma espada… ¿Recuerdas?: Tú me decías cuando éramos novios que seríamos un arma de doble filo en los caminos de Dios, para herir de “envés” y “revés”, ganando almas para Cristo. Pero al encontrarme acá, en el ala de mujeres de la comandancia de policía, y enterada de que faltan tres meses para mi audiencia ante el Juez; temo que no volveré a ver tus ojos profundos por mucho tiempo. He sido separada de mi esposo y mi alma llora por las ventanas de mis ojos. Nabucodonosor se ha apoderado de nuestra herencia, fuimos dispersados y llevados cautivos a tierras de sombra y de muerte.
Ayer tuve un extraño sueño en el que se me entregó un mensaje para ti… Un varón, el cual me pareció un ángel, me mostró un valle reseco en el que la piel de la tierra se cuarteaba y dejaba escapar vapores nauseabundos. Pero de pronto Dios hizo brotar agua de la tierra y esta bendición sanaba las heridas de la piel deshidratada, y se convertía en una hermosa pradera, donde crecían rápidamente los helechos y las flores más bonitas del mundo. Pero el agua no dejó de fluir, y fue tanta agua, tanta bendición, que la flora no la soportó y comenzó a podrirse y a morir en consecuencia. Entonces apareció este varón del que te escribo y me dijo: “Dile a Martín que cierre el agua, porque los niños ya no tienen sed”.
No entiendo qué quiere Dios con nosotros, pero comprendo que somos parte de lo que siempre soñaste, los dos filos de la misma espada. No importa si nos apartan uno del otro, esposo mío, nuestras almas, al igual que nuestra carne, son una, y como uno hemos de conquistar las tierras que el Señor nos prometió. Ahora vivo en una iglesia para mujeres aquí en la comandancia, y no es otra cosa que una celda donde nos agrupan a las creyentes. Tenemos una pastora de muy mal talante, que nos dice hasta la forma en que debemos caminar. Tiene que ser dura porque conmigo están mujeres que han sido muy dañadas por la vida, y la pesadumbre de su miseria las convierte en un peligro para las demás y para ellas mismas. Los intentos de suicidio son más frecuentes que las peleas, y en casi todas se ven las cicatrices del daño que intentaron hacerse, una o varias veces.
Espero no caer víctima de esta depresión que a todas domina y las seca hasta los huesos como un cáncer voraz. Ora por mí, a toda hora, porque mi lloro es como la crecida de muchas aguas, mi angustia, como un terremoto que sacude mi templo…
Te amo.
Y Martín cierra la carta con los ojos preñados de lágrimas, dándole las gracias a su mamá por ir a visitar a su esposa.
La Cristomorfosis: Una novela de Marco Gentile
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