Era un día de visita que no parecía tal cosa. El orden impuesto por el Pran y los luceros se alteró de tal forma que nada podía hacerse, pues hubiera sido necesario masacrar a la mitad del penal para restablecerlo; el interés por el agua hizo que los reos se olvidaran de las fronteras invisibles que los separaban y se mezclaron todas las “plazas”.
Iban de aquí para allá buscando tobos y cualquier recipiente que sirviera para contener el líquido vital que manaba de la tierra pero venía del cielo... ¿Y qué otra explicación podía dársele a un potente chorro de agua que nacía de una tubería sin conexión, enterrada en unos pocos centímetros de tierra, en medio de una cancha de deportes múltiples...?
Solo Dios podía hacer un prodigio como este, y el preso sabe que Jehová de los Ejércitos se manifiesta con más poder donde hay más necesidad. Así que nadie duda de que esta agua es una bendición, y nadie quiere quedarse sin la suya.
Luego de llenar los tanques, y todos los recipientes que pudieron, los cristianos tomaron cepillos de barrer y ropa vieja, y comenzaron a lavar, literalmente, el piso y las paredes de “La Cuarta”. Cerca de 300 hombres limpiaban y cantaban al mismo tiempo:
“Dios no rechaza oración / oración es alimento / nunca vi a un justo sin respuesta / o quedar en sufrimiento…”
La escena era impresionante: Unos venían con tobos de agua y los vaciaban en el piso, otros distribuían el agua con cepillos, y la mayoría, con sus propias franelas en mano, limpiaban todo a su paso.
El canto quebrantaba a los presos más rudos:
“Oh alaba… / Simplemente alaba / si estás llorando alaba / en la prueba alaba / No importa, alaba… / Tu alabanza Él escuchará…”
El coro se oía a cinco cuadras a la redonda del penal y el Ejército trajo refuerzos por si se trataba de un motín encubierto. El Pran miraba de soslayo y giraba instrucciones a los oídos de sus generales, estos a los luceros, y los luceros se dirigían a la población, amenazando a los presos sin efecto alguno. Los cristianos no dejarían de limpiar y alabar a Dios, y esta rebelión pacífica hería el pecho de los reos que aún no habían aceptado a Jesús en sus corazones, de modo tal que pidieron a las mujeres que los visitaban, el favor de limpiar con los cristianos, y de esta forma el grupo de 300 se duplicó.
El Pran desplegó la siguiente instrucción: “El que manche la rutina, limpiando con los evangélicos, es hombre muerto”. Y por temor a la muerte, muchos presos no entregaron su corazón a Jesús aquel día, pero ya habían sido tocados por el poder de Dios, y sus almas habían comenzado un proceso de transformación... Un proceso al que más tarde llamarían: “LA CRISTOMORFOSIS”; y como la “Metamorfosis”, consiste en la transformación de un ser hasta convertirse en otro ser más desarrollado y hermoso, uno que agrade a Dios y pueda habitar en la presencia del Padre.
El canto de los presos no tenía nada que envidiarle a las mejores corales del mundo, las mujeres lloraban y entregaban su vida a Cristo mientras limpiaban, y los hombres de aquellas mujeres, convictos violentos y duros de corazón, luchaban internamente para contener las lágrimas que pugnaban por salir de sus ojos, como la erupción de un volcán por mucho tiempo dormido.
El momento más esperado para el Pran llegó: “El Papi”; uno de los reos más violentos del penal, empujó a uno de los “evangélicos” y le arrancó el cepillo de barrer, inmediatamente se transformó en el objetivo de todas las miradas y un silencio sepulcral invadió el recinto…
El Pran dibujó una sonrisa de victoria, la cual se borró cuando el “Papi” le devolvió la sonrisa, le tiró un beso, y “manchó la rutina” barriendo con “los evangélicos”, mientras se sumaba al canto de la población:
“Basta solamente, esperar / lo que Dios irá a hacer / Cuando Él se queda en silencio: / Es porque está trabajando.”
Un centenar de almas se vieron empujadas a imitar esta acción, y como el desenlace de una fila de piezas de dominó, se vino una avalancha de arrepentimiento entre los reos, los cuales tomaron sus propias vestiduras para limpiar el piso y se postraron ante la presencia de Jehová: El Dios de los Ejércitos.
De esta forma, un tercio de las almas que se encontraban entre las paredes de “La Cuarta”, le pertenecían a Cristo. La tranquilidad del Pran se había diluido, y su rostro inyectado de sangre se convirtió en una temible amenaza. Pero nada podía hacer; si mandaba a asesinar a un tercio del penal, sin que la causa fuera un motín, entonces sí tendría un verdadero motín, y de esta acción podía desencadenarse un “cambio de carro” que no es otra cosa, que un cambio de Pran.
Solamente Dios podía orquestar algo como esto. Él no era un Pran cualquiera, se conocía la historia de los Pranes en Venezuela, y a ninguno le sucedió una cosa similar.
Contra Dios, ni el Pran más poderoso puede hacer nada, “El Diablo” y sus huestes de maldad se le sujetan –pensó-, pero una cosa sí puede hacer Satanás, y es tentar a los hombres. Entonces mandó a llamar a la “corte de brujos” y al momento llegaron un grupo de hombres llenos de cicatrices y collares. Conversaron largo rato y por último, los brujos se dirigieron a la cancha, en la cual los cristianos hacían una perfecta y ordenada fila, esperando su turno para llenar el cubo con agua y seguir limpiando. Los luceros asistieron a los brujos empujando a todo aquel que se interponía entre éstos y el chorro de agua. Pero estos hombres armados, que servían al Pran, asesinos inmisericordes, no se sentían seguros ejecutando aquella acción, de modo que al tiempo que empujaban a los cristianos, lo hacían susurrándoles que se trataba de una orden superior.
Después de un período sin resistencia, la “corte de brujos” quedó a solas con el chorro y comenzaron a ejecutar rituales en una extraña lengua mientras se cortaban el cuerpo con hojillas, como es su costumbre. La sangre manaba de sus heridas, y con ella dibujaban un círculo alrededor de la llave del agua, mientras danzaban vulgarmente para adorar a sus dioses.
Elías, quien hasta el momento se encontraba dirigiendo la limpieza del penal, se percató del suceso y comenzó a reír a carcajadas. Los brujos le miraron y lo apuntaron con el dedo. El Pran ordenó su muerte, pero ningún lucero se atrevió a dispararle, entonces el Pran tomó su propia pistola y se le acercó, escoltado por una decena de pistoleros.
- Te dejé hacer lo que te dió la gana, pero te convertiste en un problema.
Elías abrió su boca, y alzó la voz para que todos escucharan lo que tenía para decir.
- El que tiene un problema es el Enemigo, que el Señor lo reprenda. Y tú, varón, te estás dejando usar. Dice la Palabra que cuando el Profeta Elías -del cual yo llevo con gozo su nombre- fue a ver a Acab, amonestó al Pueblo de Israel por seguir a los profetas de Baal. Y he aquí la representación de la Biblia en estos tiempos. Los brujos que vienen a cerrar el agua son profetas de Baal, y yo, para la Gloria de Dios, soy profeta del Todopoderoso. Si sus dioses de palo, que no hablan ni oyen, son más poderosos que mi Dios Vivo, al cual yo sirvo, entonces que cierren el chorro y ya está.
Como respuesta, El Pran sacó su pistola del cinto, y puso el cañón en la frente de Elías, nuevamente un silencio expectante se adueñó del lugar. El Pran sudaba a chorros; matar a un hombre de Dios es una maldición que ni el más ateo de los criminales quiere para sí. Bajó el arma, la metió en la pretina del pantalón y dio la espalda.
- Que así sea… ¡Cierren el chorro! –Gritó.
La Cristomorfosis: Una novela de Marco Gentile
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