Elías se levanta del piso y observa un cielo atribulado y sangriento, pero de a poco, las sombras disipan los reflejos carmesí y las nubes dan paso a la espesura de la noche.
Un varón está arrodillado frente a la pluma de agua, y al ver que se ha cerrado el chorro, Elías entiende que se ha cumplido la palabra que profetizó: Un reo de esta misma cárcel sería el instrumento del Señor para transformar a esta gente sin sueños ni esperanzas.
Los brujos también se levantaron pero están fuera de sí. Su mundo de supercherías e idolatría se ha desquebrajado con un toque del Espíritu Santo, una vida entera practicando abluciones y despellejándose para obtener el favor de los espíritus, y viene un varón que apenas menciona el nombre de Jesús y explotan todas sus contras y amuletos.
La corte de maría lionza, las cinco potencias, la corte africana, ochún y tantos otros han huido despavoridos en la presencia del Dios de los cristianos; unos personajes que apenas se sienten en la sociedad, de los que todos se burlan por sus maneras conservadoras y moralistas, a los que llaman fanáticos religiosos… Pero tienen un Dios que no es como el dios de la mayoría, al que se le pide bienestar pero sin creer en milagros.
Los brujos se sienten derrotados, reconocen el poder de Dios y de la Fe que lo activa. Están desorientados, hiperactivos y peligrosamente inestables; no lo entienden, pero saben que fueron resucitados. Y aunque les fue dada una segunda oportunidad, no la quieren…
Toman los cuchillos con que antes se cortaron y entre ellos se apuñalan tantas veces como les son necesarias para morir. Cada uno da a su compañero tres puñaladas en el pecho y recibe otras tres, para luego irse caminando como zombis, dejando a su paso una estela de sangre en la cancha… por último, se sientan en un rincón del penal para entregar su vida a Satanás con la certeza de que fueron derrotados por el Dios que les regaló una segunda vida, obsequio que rechazan porque sus almas, pactadas y vendidas, pertenecen a Lucifer.
Los guardias terminan el conteo y falta un visitante por salir del penal, identifican rápidamente de quién se trata: Elías. Esta no es una novedad. De vez en cuando se le permite pernoctar con los presos, y están seguros de que un día de éstos no saldrá sobre sus pies. El único inconveniente es que “El Capellán” –así lo llaman- acostumbra a notificar por escrito su deseo de pernoctar en la cárcel, y con esto les libra de cualquier responsabilidad. Pero esta noche tan convulsa es mejor dejar las cosas como están; entrar a buscarle podría romper la delgada capa de tranquilidad que se percibe. Como nunca, la noche se muestra silenciosa y extrañamente pacífica.
Al Pran le tomó cinco minutos procesar los acontecimientos. Llamó al Catire y este le extendió el dedo medio, le regaló una grosería y dándole la espalda se trepó en una saliente de pared. Escaló como un gato los dinteles de cada piso hasta llegar al techo del penal, donde lo esperaba un montón de hombres que le recibieron como a un líder.
Los luceros, acostumbrados a un régimen más castrense, se acercaron y rodearon al Pran para consultarle.
Martín seguía parado en el mismo sitio desde el cual transmitió el mensaje de Dios a los presos. Elías se le acercó y le regaló un firme apretón de manos que le devolvió su condición de fragilidad, pues esa fue la mano que más le golpearon con la tortura.
- Dios te bendiga varón, soy Elías y te estaba esperando.
- Martín.
- ¿Qué fue varón? No te asustes, ya mataste el tigre…
- Y ahí viene el cuero… -respondió Martín señalando al Pran que se acercaba.
Los luceros rodearon a los dos hombres y dejaron un espacio por donde pasó el Pran, como si se tratara de una Guardia Pretoriana.
- Ok, veo que se juntó el hambre con las ganas de comer… Y si hay una vaina que me dé arrechera, es ver a un evangélico desordenándome el penal.
Martín no habla, solo mira, Elías sonríe pero le deja continuar.
- Les voy a decir una cosa. El Chivúo no los va a proteger todo el tiempo; en algún momento ustedes se equivocan, le meten “al pecadito” ¿y adivinen qué va a pasar…?
Este que está aquí (se apuntó el pecho con la pistola), le va a decir a este que está allá (señaló a Elías), que le coma las orejas a este otro pendejo (señaló a Martín).
Y hasta que tú no le comas las orejas, la nariz, y la boca de sapo que tiene, no les voy a dar el beneficio de la muerte…
Elías, que hasta ahora permanecía callado, abrió su boca:
- Varón: ¿No sabemos nosotros que usted es el Principado de este lugar? ¿Quién le discute a usted su jefatura en estos oscuros dominios? ¿Acaso no somos nosotros la “carne de cañón” que detiene las balas cuando se enguerrillan los pabellones? ¿No recogemos los cadáveres mientras las balas silban sobre nuestras cabezas? ¿No hemos visto innumerables veces las creativas torturas a las que se somete a los sapos y manchadores de la rutina?
Muy bien sabemos que usted, Don Lucio, puede cumplir sus amenazas. Reconocemos que nos hemos constituido en enemigos de las tinieblas y que de ahora en adelante seremos rodeados por toda pestilencia y espíritus inmundos, que nos acecharán en cada rincón, y pondrán trampas delante de nuestros pies…
Sin embargo, no hemos venido por “El Carro”, sino por las almas de los presos. Su Carro, y la forma como usted controla este lugar, ha sido respetada…
¿Acaso no cerramos el chorro, como usted mismo lo ordenó? –Concluyó Elías levantando una ceja.
- Astuto el tipo… –respondió el Pran al saberse cabildeado-. Por hoy la cosa se queda de este tamaño.
¡Me le despejan un buen Bugui al Nuevo! – ordenó mientras se iba.
La Cristomorfosis
Una novela de Marco Gentile
Búscala todos los sábados a las 10;00 am.