Martín no salía de su asombro. Las palabras de aquel creyente que reconocía al Pran como el dueño y señor de aquel aberrante lugar contradecían por mucho los acontecimientos que sucedieron; Dios se mostró e hizo prodigios nunca antes vistos, ¿cómo, después de ver al Grande, se le rinde culto al pequeño?
Los luceros se ubicaron de nuevo en sus líneas invisibles, y apuntando con sus pistolas a manera de batuta, iban reorganizando de nuevo a todos los presos, devolviéndolos a su zona, pabellón, iglesia, bugui… retomando el Carro de la Cuarta.
Solo quedó un lucero junto a Martín y Elías.
-Usted Pastor, y tú chamín, vengan que le vamos a dar el Bugui del Catire…
Elías miró a Martín y en su gesto mostró una gran preocupación por su amigo.
- ¿Y el Catire dónde va a estar? –preguntó Elías.
- Él mismo cogió pa´ “La Placa”, y ahí se queda hasta que el Pran decida si le damos chuleta…
Por vez primera, Martín veía el interior de un recinto penitenciario, la espesura de la oscuridad no es la misma en un lugar como éste. Aunque las murallas exteriores son inmensas, la Cuarta se parecía más a un Hospital bombardeado y luego habitado por soldados desertores. Las paredes internas habían sido demolidas y una red de laberintos, hechos con sábanas, tabiques y láminas de acerolit, constituía la nueva distribución del penal.
Se internaron en uno de los pasillos, el lugar era un extenso túnel separado en tres partes; de lado a lado se extendía una franja de cubículos de unos dos metros por menos de un metro. La separación de unos y otros era una simple sábana amarrada con mecates para delimitar cada partición.
Elías y Martín caminaban por el centro de las dos hileras y decenas de presos estorbaban el camino. Para avanzar había que darse la espalda, así se evitaba quedar frente a frente, a una distancia demasiado personal para dos hombres.
Cruzaron tres pasillos. La luz de la cancha hacía mucho que se había perdido entre la hilera de sábanas, y los pequeños bombillos amarillos -que colgaban del techo con alambres- proporcionaban una débil y mortecina luz que apenas alcanzaba para distinguir tres pasos hacia adelante.
- Este es el Bugui del Catire, Pastor -les señaló el Lucero.
- Gracias hijo… ¿cuánto te debo?
- Lo mismo de siempre Pastor…
- Qué bueno que aquí no llega la hiperinflación. Toma lo tuyo… Proverbio veintiocho: Huye el impío sin que nadie lo persiga; más el justo está confiado como un león.
- No se confíe Pastor… ya no lo puedo proteger. Es más, le doy su vuelto:
Reparte a siete, y aun a ocho; porque no sabes el mal que vendrá sobre la tierra. –dijo el lucero mientras se perdía en la interminable hilera de sábanas mohosas, canturreando: “El Pre… Pre-di-ca-dor… sue-na, cual sa-lo-món”.
Un grueso cubrecamas constituía la fachada del Bugui de “Catire”, el cual era tres veces más grande que el resto, porque se encontraba al final del pasillo y abarcaba el ancho de los buguis. En total sería una habitación de tres por tres metros, aproximadamente.
Dentro, un piso revestido con cerámica, y a diferencia de las sucias paredes que vio en el trayecto, las de Catire estaban pintadas de blanco esmaltado.
Había una cama individual con sábanas nuevas, una ducha con poceta a un lado, rodeada de una cortina con un riel para cerrar el espacio del baño.
Un Televisor LCD de 36 pulgadas se erguía sobre una cómoda llena de grandes gavetas con pomos de hierro.
La habitación tenía un área para cocinar, en donde se empotró un fregadero, una cocina eléctrica de dos hornillas, y debajo de estos, lo que parecía una alacena con dos espacios: Uno para la nevera ejecutiva y otro para guardar alimentos.
Y en el único espacio que quedaba vacío, habían colocado una estantería de ferretería con tres niveles: En el primero, al alcance de un brazo desde la cama, una planta de sonido conectada a dos subwofers. Encima de la planta un Blue Ray, y junto a la planta una caja llena de CDs de música y películas.
En el piso siguiente, a manera de escritorio con silla, una laptop de buena marca, conectada a un router wifi, y varias cajas de hierro cerradas con candado.
A un lado de la computadora reposaba un disco duro externo que marcaba en letras 2 Terabites, y seis teléfonos inteligentes, todos vinculados a una central inalámbrica.
El tercer piso era el armario, con camisas finas, pantalones de marca… y reconoció el atuendo que llevaba puesto el Catire el día que se montó en su taxi.
Junto a la ropa había una sección para zapatos, metidos en su caja, cinco pares, contó Martín.
- ¿Esto es lo que llaman un Bugui? –le preguntó Martín a Elías.
- Sí, mi hermano… pero esto, más que un bugui, parece una limosina.
“La Cristomorfosis”
Una novela de Marco Gentile
Diseño Gráfico: Publicaciones Gentile