La primera noche en un penal es el trauma de todo preso, pero no fue así para Martín. Dios le había regalado un lujoso Bugui, una buena cena, una helada gaseosa y un experto en materia carcelaria que pasó toda la noche explicándole los detalles más importantes de la vida en prisión.
No se trataba de burdas explicaciones que le hiciera un maleante con un lenguaje chabacano, sino un hombre de dos mundos; el mundo de los cristianos y el mundo de los delincuentes, ya que Elías había recorrido todas las prisiones del país y se sabía al dedillo las reglas, los estilos de gobernar de cada pran y hasta la personalidad de los recintos penitenciarios.
“Cada prisión está gobernada por una potestad diabólica –le explicó Elías-, tiene su personalidad y de acuerdo a ella sus demonios. En el plano natural esto es imposible de ver, a menos que tengas el “don” de “liberación” o “discernimiento”, que viene de Dios… o, que se te permita ver por un instante estas cosas con un propósito divino… Lo que sí podrás ver, es la influencia que este plano espiritual tiene sobre el natural: La Personalidad del Pran, su estilo de gobierno, cómo viven los presos, el ambiente general del penal, los niveles de violencia, miseria, drogadicción y todas esas cosas…”
También supo Martín que el Pabellón donde ahora vivía, aunque no tenía linderos físicos, se llamaba “Sector 2”, y en resumen era el mejor de todos, incluso era el lugar donde residía Don Lucio, el Pran de La Cuarta. Y estaba fuertemente custodiado por los Luceros y Águilas del líder penitenciario.
“Según mis cálculos –le dijo Elías señalando el cielo raso- el Pran vive justo encima de tu Bugui, en el segundo Piso”.
El resto de los pabellones -que ya no eran tales porque los presos demolieron las paredes- se diferenciaban solo por sus nombres y la raya invisible que dibujaban las pistolas de los luceros. Sin embargo esas divisiones eran respetadas con una reverencia casi religiosa, y cada área tenía su nombre característico:
El primer espacio al que se accede luego de la entrada del penal se llama “Los Polipresos”. Allí pagan su condena los funcionarios corruptos, que por obvios motivos, tenían que estar separados de la “Población”.
Luego está el sector de “Observación”; que alguna vez fue el lugar donde se encerraba a los prisioneros violentos y se mantenían vigilados, pero con el paso del tiempo se cancelaron estos programas de rehabilitación y el pran los amoldó a su “Carro”, es decir, su gobierno, enviando al sector de Observación a todos los “Chocones”; los cuales eran personas que por distintos problemas mentales y drogadicción, eran demasiado violentos para ponerlos con la población, pues ocasionaban muchos disturbios, motines y matanzas.
“Este pran es muy intelectual –le advirtió Elías- y ya veo por qué Dios te escogió a ti, que eres poeta, para tratar con él. Pero te advierto que aunque se vea tranquilo, amigable, inteligente y educado… Tiene su faceta de malandro –sino no sería pran- y es más peligroso de lo que parece, porque tiene arranques que nadie espera; en un instante está explicándote algo de la historia del sistema carcelario y los gobiernos de los pranes en Venezuela -se los sabe todos-, y de repente ve algo que está fuera de sus normas y asesina sin avisar al infractor. Luego explica, sosegadamente, los motivos por los cuales lo mató.
A mano izquierda, como un apéndice de “Observación” se encuentran las ruinas de lo que una vez fue el comedor de la cárcel, ahora llamado “Los Desechables”. Los mismos reos le tenían apodos como “La Cloaca” o “La Bichera” porque allí eran enviados todos los que no querían en ningún pabellón. Los más indisciplinados y aquellos que habían sido degradados por el pran, ya sea por problemas de violencia, droga o demencia; a éstos últimos se les llamaba “Rokola”, porque se trataba de personas que habían perdido la salud mental por distintos problemas de depresión, o habían sido traicionados por alguien de afuera del que no podían vengarse. Y era común ver que alguno del sector 2 les había robado la mujer que los visitaba, y al no poder consumar su “vendetta”, eran poseídos por entidades demoníacas que no les dejaba dormir y los hacía hablar todo el día y la noche…
“Los doctores le llaman esquizofrenia –le dijo esa noche Elías-, pero en el mundo espiritual se le conoce como “Cardemonium”, y es la misma enfermedad espiritual que encontró Jesús en la tierra de los gadarenos, cuando vinieron a su encuentro dos endemoniados que salían de los sepulcros, feroces en gran manera, tanto que nadie podía pasar por aquel camino. Y clamaron diciendo: ¿Qué tienes con nosotros, Jesús, Hijo de Dios? ¿Has venido acá para atormentarnos antes de tiempo? Y los demonios le rogaron diciendo: Si nos echas fuera, permítenos ir a aquel hato de cerdos. El les dijo: Id. Y ellos salieron, y se fueron a aquel hato de cerdos; y he aquí, todo el hato de cerdos se precipitó en el mar por un despeñadero, y perecieron en las aguas.
Los sectores o pabellones de la Cuarta también eran conocidos como “Barrios”, y cada uno se distinguía del otro por la estructura, tipo de gente, incluso la manera de vestir; en algunos barrios como el de Observación la pobreza y miseria era tal que andaban casi desnudos, o descalzos… en casos extremos algunos “Rokolas”, que no recibían visitas, ni tenían a nadie que los ayudara, se paseaban en ropa interior de aspecto nauseabundo, hediondos como una carretilla de cebollas, y el cabello convertido en una gelatina grasosa por falta de agua y jabón.
En cambio el “Sector 2” era muy diferente: La gente iba vestida con ropa de marca, smartphones y acicalados a tal punto que si no fuera por los tatuajes de algunos y su mirada feroz, cualquiera los confundiría con empresarios o políticos. En esta área se celebraban fiestas, entraban las mujeres más despampanantes y de vez en cuando se podía ver a algún artista o agrupación de esos que salen en la televisión. El pran vivía en el epicentro de esta ciudadela, dominando desde su Bunker el Carro de la prisión.
Por otro lado estaba “La cancha” y literalmente se trataba de una cancha de deportes múltiples con tableros de baloncesto integrados con una portería de fútbol sala. Casi nunca se organizaban eventos deportivos, porque en esta zona se ponían los tarantines y puestos comerciales para negociar el día de las visitas, único momento en que se relajaban las normas y se mantenía la paz a toda costa, para que no se castigara a los reos con la suspensión de este beneficio por causa de violencia.
Los miércoles de visitas eran de suma importancia; porque los presos distendían su estrés, veían familiares, amigos y compañeras sentimentales, además de enviar o recibir cosas de “la calle”.
“Para Don Lucio es un asunto de negocios –le explicó a Martín-, la visita mueve cantidades enormes de dólares… dentro y fuera del penal, incluso la población trabaja toda la semana para vender sus productos y servicios en ese día. De modo que los visitantes saben que deben traer dinero para gastar, pues eso mueve la economía del penal”.
Otro sector muy llamativo era “La Torre”, y constaba de dos pisos, Torre baja y Torre alta.
Originalmente había sido construida para la vigilancia, pero en la actualidad albergaba a los presos que lograban hacerse con algo de dinero como para comprarse una vida más cómoda dentro de la prisión. Allí estaban algunos políticos o hijos de éstos…
También podías ver el pasillo de los “Brujos”, que eran hombres muy respetados por ser personajes que tenían el poder de enfermarte, incluso matarte; gracias a su relación con los muertos. Muchos presos les pagaban grandes sumas para eliminar a sus enemigos, y los agoreros se encargaban de “arrecostarle” un espíritu inmundo a la persona, para que lo torture indescriptiblemente hasta llevarlo a la locura o el suicidio.
“El tombo que te jodió a ti –dijo la inoportuna voz de Marrón desde el exterior del Bugui- es uno de esos que tiene un muertico encima; yo mismo le di a Mikimba cien dólares para que lo escoñetara… Ese perro me mató un hermano”.
“Marrón, varoncito –le dijo Elías desde adentro- yo sé que estás de guardia; y la inteligencia, y todo lo demás… Pero esta conversa es privada, además las groserías, aunque te sean lícitas, no te convienen. ¿Te acuerdas lo que hablamos?
Ta bien pastor. Como en la cédula.
Las horas transcurrían, encadenadas y esclavizadas al discurso de Elías. El sueño no pudo desconectar a Martín de su nueva realidad, era tan interesante y tan compleja la ciudadanía carcelaria que cada detalle era como un sabor distinto en la boca de un infante.
El chorro de información que le prodigaba Elías era vital para sobrevivir en el ambiente más tóxico que puede existir en la sociedad. No podía darse el lujo de dormir cuando a la mañana siguiente quedaría solo, encerrado y a la merced de tres mil quinientos delincuentes que estaban allí, no precisamente por ser buenas personas o gente de paz.
No podía saberlo, pero ya despuntaba el alba, y los ruidos de los presos, que empezaban sus rutinas diarias le indicaron a Elías que el tiempo se agotaba.
“No te hablé de “Ciudad Bendita”. Detrás de las Torres verás unas casitas de cuatro por cuatro metros, son ranchitos, si te invitan o te llaman… no te metas ahí. Dentro de esas casitas han pasado las cosas más atroces en la historia de este penal.
“Disculpe pastorcito, pero vaya recogiendo sus macundales, y agarre pa´la calle… El Pran mandó a llamar al nuevo. Y va solo” –dijo Marrón abriendo las cortinas del Bugui.
“Ok –dijo Elías mirando a Martín con tristeza- mantente vivo hasta el otro miércoles… No hemos terminado esta conversación”.
La Cristomorfosis
Una novela de Marco Gentile
Búscala todos los sábados a las 10 am.