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Marco Gentile

La Cristomorfosis - Capítulo 18: El Coliseo


La figura de Elías se desvaneció en la primera curva del pasillo. Martín le dispensó una sonrisa nerviosa al “lucero” del pran y sintió todo el peso de su nueva realidad; estaba completamente solo en “La Cuarta”; y no se trataba de una simple comandancia como los días anteriores, sino de una prisión de verdad, rodeado de asesinos y hombres neuróticos, violentos y llenos de peligrosos impulsos sexuales.

La palabra “violación” cruzó por su cabeza varias veces. ¿Qué haría en una situación semejante... Cómo podría vivir y aceptarse si fuera sodomizado…?


Marrón le invitó a seguirle, pero en lugar de tomar la vía por donde se fue Elías cruzaron hacia la derecha. La luz del jueves empezaba a arrastrarse por entre las cavernas y recovecos de los interminables pasillos, y todas las áreas –antes de aspecto fusiforme- empezaron a cobrar sentido, se veía como una colmena de abejas; pues los presos habían rediseñado el penal para utilizar de manera eficiente cada centímetro, dado que la superpoblación de un espacio tan pequeño, aunado a la falta de recursos, les obligó a comportarse como insectos.


Por fin llegaron a la salida y ésta conducía justo a la cancha. Marrón la cruzó haciéndole señas para que hiciera lo mismo, pero antes de poner un pie en la superficie rústica de concreto, Martín miró a ambos lados como si fuera a cruzar la calle.


Miles de ojos le observaban expectantes. La centuria de rostros tenía una mezcla de curiosidad y desconfianza. Los luceros que estaban en varios extremos de la cancha le hicieron gestos de hastío para que cruzara sin miramientos.


Martín se dio cuenta que Marrón le dejaría rezagado y reunió fuerzas para alcanzarle. Pero cuando puso el primer pie en el rayado deportivo, una “chancleta” cayó del cielo y se estrelló justo delante de él.


Un calosfrío recorrió su espalda, acompañado de una tensión en sus músculos que subió hasta condensarse en la base de la nuca. Todo su cuerpo hervía en adrenalina preparándose para la defensa o la huida, según su impulso de sobrevivencia lo exigiera.


“…Si levantas la chancleta hay “Coliseo” –resonó en su mente la instrucción de Elías.


Durante dos o tres segundos -que parecieron una eternidad- estuvo observando Martín la chancleta en el suelo. “De modo que en algún momento tendrán que arrojarme la Biblia, y la tomaré para salvarme del Coliseo” –pensó. Pero en lugar de ello cayó una segunda chancleta, de otro color y forma… y tras ella una nueva y diferente chancleta, y otra… y otra… hasta que se convirtió en una lluvia de chancletas…


Parecían venir del cielo porque nadie en la cancha se las estaba lanzando. Resolvió levantar la mirada y pudo ver un montón de hombres que desde “La Placa” le tiraban sus chancletas, gritando las más vulgares y creativas groserías. En medio de ellos, con actitud de Jefe, estaba El Catire, a quien obedecieron cuando les hizo señas para callarse.


  • Lucio, si le vas a dar mi Bugui que se lo gane en Coliseo… -Gritó sin mirar a nadie en específico, buscando que sus palabras se metieran como una serpiente por todos los pasillos y llegaran hasta el bunker del Pran.


El silencio reinó en todos los barrios. Luego de unos segundos comenzó una ascendente cascada de agujas convertida en murmullos, que terminó elevándose a un insoportable griterío alimentado por miles de hombres discutiendo al mismo tiempo si era o no era “Coliseo”.


Marrón se acercó al Pran que había salido por causa del griterío. Lucio tenía un aspecto dubitativo y de parca contemplación.


“Esto me puede servir para saber si Dios está con el nuevo, o con Elías” –pensó el pran, y giró unas instrucciones al pabellón de la oreja de Marrón. Éste tomó una Kalashnikov de otro lucero y salió a la cancha mirando hacia arriba confiadamente:


  • Viejo… Este tipo te salvó ayer… ¿Y hoy le quieres da´ chuleta?

  • Ese no es tu peo –respondió Catire. ¿Tengo permiso de bajar?


Martín sintió que “La Cuarta” se cerraba de manera concéntrica sobre su aterrorizada humanidad. El aire era espeso, nauseabundo, difícil de exhalar una vez que entraba en los pulmones. Los calambres se extendieron por su cabeza cuando vio que Marrón autorizó al Catire para que descendiera de “la placa”, y éste comenzó a bajar por los filos y salientes de los tres pisos hasta que puso un pie en el otro extremo de la cancha.


Algunos presos olieron el terror que sentía y empezaron a burlarse de Martín, le gritaban vulgaridades, mientras que un grupo grande se mantenía al margen... Como si estuvieran esperando los milagros que atestiguaron el día anterior.


El recuerdo de un consejo que le diera su esposa le llegó en el pico más extremo del terror: “Vida… No esperes que todo falle para empezar a orar…” y fue como una revelación directa del Altísimo, que una vez más le prescribía la “oración” como la mejor herramienta para enfrentar cualquier problema.


De modo que Martín cerró sus ojos y murmuró:


  • Señor, no puedo dejar de sentir miedo a lo desconocido y al peligro de muerte, tú mismo, Salvador mío, sudaste sangre la noche que fuiste entregado por Judas Iscariote.

Yo no soy ni el polvo que pisan tus pies, pero cantaré como David en la hora de mi angustia:

“Sálvame, oh Dios, porque las aguas han entrado hasta el alma. Estoy hundido en cieno profundo, donde no puedo hacer pie; he venido a abismos de aguas, y la corriente me ha anegado”.

Hoy se ha levantado El Catire y todos sus hombres contra mí…

“Se han aumentado más que los cabellos de mi cabeza los que me aborrecen sin causa; se han hecho poderosos mis enemigos, los que me destruyen sin tener por qué”.

Yo no le quité su Bugui ni le avergoncé frente a los presos…

“¿Y he de pagar lo que no robé? Dios, tú conoces mi insensatez, y mis pecados no te son ocultos”.

Pero tú me trajiste aquí, y no creo que me dejes morir sin cumplir tu propósito…


Catire ha empezado a correr y viene hacia Martín con un chuzo en la mano.



“La Cristomorfosis.”

Una novela de Marco Gentile.

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