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Pr. David Parra

¿Casualidad o propósito?


Leucipo de Mileto, un filósofo griego del siglo V a.C., formuló la siguiente frase: "Nada procede del azar, sino de la razón y la necesidad.", esta expresión dio origen al principio científico que se conoce como “razón suficiente”, la base del racionalismo, según el cual, todos los eventos tienen una explicación suficiente, y la aparente incompresibilidad de algunos se debe a que no disponemos de un conocimiento completo de los mismos.


Sin embargo, un discípulo suyo, Demócrito de Abdera, decidió seguir otro camino en sus razonamientos, y estableció otro principio: "Todo lo que existe en el Universo es fruto del azar y de la necesidad". De este modo sentaba las bases para otra vía de explicación del origen de la vida y del universo: el azar. Así, desde este punto de vista, los seres humanos seríamos producto de la casualidad. No habría razón ni propósitos definidos para nuestra existencia.


Actualmente una buena cantidad de científicos parecen seguir la opinión de Demócrito, porque defienden la opinión según la cual la vida surgió como la “afortunada combinación de múltiples sucesos aleatorios”, y aunque reconocen, que cada uno de estos sucesos es extremadamente improbable, siguen atribuyendo a la selección natural, la capacidad impulsora para que todo deviniera de lo simple a lo complejo.


Pero cuando Moisés se enfrentó a la necesidad de transformar la mentalidad de un pueblo sumergido en el oscurantismo del miedo, por las cadenas de esclavitud bajo las que habían vivido más de 400 años, buscó en Dios las respuestas, y le fue revelada la verdad que ellos necesitaban saber: Había una causa para su existencia, no eran producto de la casualidad. Había una razón por la que fueron creados, su existencia era la respuesta a la voluntad de alguien: su Creador.


Y esta respuesta, le dio a Israel, un sentido de propósito y un significado de la vida. Dios los había creado, con una idea en mente. Todo lo que existía alrededor de ellos, tenía una razón de ser, y estaba relacionada con ellos también. De esa manera, un pueblo ignorante y esclavizado, empezó a recobrar la esperanza, en la medida en que sus corazones fueron llenándose de fe, para creer las promesas que su Dios Creador les había hecho.


Lo que crees termina afectando lo que eres y lo que haces. Una persona que cree en la casualidad como punto de partida para la existencia, termina viviendo la vida de una forma azarosa, fortuita, casual, lo que impacta negativamente sus relaciones, sus resultados, y sus compromisos, por la razón sencilla que no hay orden en su diseño de vida. A fin de cuentas, su razonamiento les dice: “Si todo es azar, ¿Para qué orden?”


De modo que las personas que aceptan esta teoría, desarrollan un modo de vida de solo supervivencia. No viven, solo se conforman con sobrevivir. No van por nada en la vida, sino que se quedan esperando a ver qué sucede para ver cómo reaccionan. Y de esta forma, es extraño que alcancen algo con verdadero valor. No conquistan, no ganan. Y lo que pueden llegar a tener, fácilmente pueden llegar también a perderlo. Sus matrimonios se mueren, sus hijos fracasan, sus bienes se derrochan, porque la vida para ellos consistió simplemente en reaccionar a las circunstancias. Sin objetivos, sin metas, sin propósito.


La fe judeo-cristiana que favoreció el desarrollo de la ciencia a través de la historia y que seguirá haciéndolo en la medida que se lo permitan, nos enfoca en la creencia que todo está hecho con orden y medida, que el universo no es un caos, sino que Dios ha ordenado todo con tal sentido, que se puede entender racionalmente, y apreciar un objetivo en mente. Por tanto, no eres producto de la casualidad, sino del propósito divino. Puedes descubrir junto a tu Creador, un propósito y un destino. Puedes establecer metas, y proyectarte ha


cia objetivos. Puedes aspirar a vencer las circunstancias, y esperar a alcanzar cosas mejores. Si te enfocas en la fe, podrás decir como el salmista David: “El Señor cumplirá en mí su propósito”. Y cuando no entiendas las cosas que te suceden, porque están más allá de tu comprensión, puedes confiar en que su gran amor perdura para siempre, y por tanto, no te abandonará, porque sencillamente, para Él, tú eres, la preciosa y elaborada “obra de sus manos”.


“El Señor cumplirá en mí su propósito. Tu gran amor, Señor, perdura para siempre;

¡No abandones la obra de tus manos!

(Salmos 138:8 BAD)



Pr. David Parra

Departamento de Redacción NotiCristo.


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