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Elvis Russo

Películas, sexo y adicción


Últimamente, cuando nos acercamos a las orientaciones que deben regir la vida sexual, las opiniones arden en las redes, cargadas de burlas propinadas a los que admiran la pureza sexual y la defienden como un valor. Y el vehículo predilecto para atizar tales opiniones incendiarias, han sido las películas, amplificadores efectivos de una cultura posmodernista.


No hay problema con ver películas. Nadie discute eso. El problema es verlas sin contar con un dique mental que nos proteja, porque intencionalmente se busca inundarnos de una visión bastante teatralizada de la realidad. Una peliculización de hechos concretos que lo confunde y tuerce todo.


El film «The Late Bloomer», por ejemplo, narra la historia de un personaje masculino, con rasgos carentes de la rudeza característica del estereotipo clásico del hombre, que redacta, ya al final de la historia, lo aprendido de su vida, en un libro ficticio titulado: “Me hice hombre”.


No era homosexual. Jamás había experimentado deseo erótico alguno. Entre dolores de cabeza, llegó a pensar que era un marciano “asexual”. Eso no le impidió, sin embargo, escribir una suerte de libro sobre “el autocontrol del impulso sexual”, y ofrecer terapias en una clínica para adictos sexuales. La película descubre tarde el porqué de este síndrome, cuya causa respondía a un tumor cerebral que suprimió el desarrollo de sus genitales y por consiguiente la adquisición de hormonas androgénicas, responsables de constituir físicamente al ser humano de cromosomas XY.


En el punto de choque del conflicto, el hombre es operado del quiste y empieza a sentir síntomas grotescamente jocosos propios de la pubertad ¡a los treinta y pico de años! Al normalizarse su hilarante crisis extemporánea, se plantea algunas preguntas filosóficas sobre sus teorías relativas a los beneficios de la inhibición libidinal y termina concluyendo con vivacidad todo lo contrario: alquila prostitutas, tiene encuentros divertidos aquí y allá con jóvenes diversas, en forma y número; conoce la bendición del placer sensual y por supuesto, termina escribiendo que “la mejor manera de ser un hombre de verdad”, según su experiencia anormal de desarrollo, es llevar una vida promiscua.


Es fácil que el melodrama cómico, las escenas de vida perfecta, el derroche de plata, el lujo espumante que rebosa la copa del intenso vino tinto seductor, y la dibujada facilidad de las relaciones humanas dotadas con la soltura, la gracia y la fortuna propia de un final feliz marionetizado por un escritor de guiones, nos dé la impresión de que aquello es la realidad verdadera. —“Qué delicia ¿por qué el mundo no es así?”— es la impresión que buscan, de modo que comencemos a labrar una autopista para satisfacer nuestras disonancias emotivas bajo ese paradigma.


El meta mensaje del film, no es impulsarte a “ser un hombre” con los pantalones puestos. Tampoco a “ser responsable” y viril, con fuerza física, valentía, poder y energía para proteger a tu familia. Nada de eso; sino, promoverte la visión de ser un inmoral, un enfermo mental, un simio con pantalones, un descontrolado y patético sujeto con arrebatos de impulsos animales (con el perdón de esas fascinantes criaturas) sin ninguna clase de vergüenza, y todo eso, aun después de haber superado la pubertad.


De acuerdo con la Real Academia Española, promiscua es una persona que mantiene relaciones sexuales con múltiples parejas, así como un comportamiento o modo de vida irresponsable en contraposición con la monogamia (una sola pareja) e incluso la abstinencia, defendidas como patrón en las relaciones de pareja de los últimos dos milenios.


Cada día la promiscuidad es defendida más abiertamente por personas que no se consideran a sí mismas como «transgresoras» de lo establecido. No obstante, la psicóloga Ana María Kano, máster en sexualidad del Centro Nacional de Educación Sexual (CENESEX), en un artículo del portal “Juventud Rebelde” desaconseja este tipo de comportamiento sexual, sobre todo en la adolescencia, y aboga por que las personas se conozcan, y tengan una relación humana en la que predominen la ternura, los afectos, puedan gozar de salud sexual y paz mental, y donde se protejan, cuiden y amen.


«Con una actitud diferente se corre el riesgo de no permitirnos el conocer y disfrutar a los seres humanos como corresponde, porque compartir una experiencia sexual sería algo físico, biológico, carente de otro tipo de sentimiento enriquecedor», afirma ella. «Los encuentros físicos casuales pueden dejar al cuerpo satisfecho, pero queda siempre un vacío por falta de intimidad emocional: la persona aprende a disociar el contacto físico de la relación afectiva y eso va en contra de un desarrollo emocional sano, con o sin el profiláctico de látex».


En gran parte, los jóvenes encuestados por el portal citado, coinciden en que la promiscuidad, esa búsqueda del amor, pasando de pareja en pareja, deja en el ser, un vacío de sentimientos y del alma, pues a diferencia de los otros animales, los humanos no actúan por instinto o impulsos incontrolables, sino que tenemos conciencia, vergüenza y culpa.


Lo que realmente importa en el sexo no es dejarlo actuar ciegamente, como un brioso caballo desbocado, sino controlarlo, y mezclarlo con amor y ternura para poder compartirlo a plenitud con el ser amado, con compromiso, para vivir así con amor y sin violencia.




Elvis Russo

Departamento de Redacción NotiCristo


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