Casi todo lo que haces a diario, lo realizas por medio de hábitos. Estos definen las formas en las que accionas y llevas a cabo tus tareas cotidianas. Pero muchas veces te das cuenta que hay algo nocivo en tu manera de hacer las cosas, y que tienes resultados mediocres que te dejan vacío y no te satisfacen, porque no revisas, no interpelas, ni pones en duda tus motivaciones.
Para poder cambiar los resultados de tu vida, necesitas pensar en cuáles hábitos se han convertido en el tope que no te deja avanzar y reemplazarlos. Para eso, hay cuatro decisiones que deberás tomar, que te permitirán no solo identificarlos, sino también reemplazarlos por otros más productivos.
1. Observa
No puedes cambiar lo que no ves
Este es el primer paso para identificar si un hábito es conveniente o no.
Mira tu conducta, identifica tus actitudes, chequea tus formas actuar, y empieza a evaluar si hay distintas maneras de llevar a cabo tus actividades.
Al observar tu vida, pregúntate si lo que haces es por tradición, por costumbre, porque no conoces otra forma, o simplemente porque todo el mundo lo hace así.
Ve un poco más allá y consulta con personas de confianza qué cosas necesitas cambiar. Deja que otros te descubran lo que no estás viendo. Pon de manifiesto tu vulnerabilidad dejando que te muestren tus puntos ciegos. Y entonces, desde lo más simple, empieza a implementar modificaciones que rompan con hábitos infructuosos.
2. Analiza
Los malos hábitos no sólo son acciones, sino también motivaciones
Es un error pensar que los hábitos solo son acciones, pero muchas veces eso creemos. Por ejemplo, si deseamos un nuevo trabajo enviamos mails a cuanta empresa nos atraiga, si queremos ejercitarnos nos compramos zapatillas y ropa de gimnasia, y si queremos bajar de peso nos deshacemos de la “comida chatarra”.
Nada de esto está mal, en algún momento los cambios deben apreciarse en el plano material, pero es mejor comenzar por el principio, para no boicotear nuestros intentos de mejoras. Empieza por entender que a cada acción le antecede un pensamiento y a cada pensamiento un deseo.
Para cambiar efectivamente, evalúa primero las reales motivaciones que te llevan a hacer ajustes en tu conducta.
Verifica que tales motivaciones no dependan tanto de estímulos externos (como personas o reconocimientos) ya que si no recibas luego las apreciaciones que esperas, te desinflarás como un globo pinchado.
Considera si cambiar tu mal hábito requiere de pedir ayuda profesional clínica o psicológica. Pedir ayuda a las personas indicadas es un buen hábito a desarrollar.
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3. Reemplaza
Establece un hábito bueno por cada mal hábito que desechas
Tu mente está entrenada a realizar casi de forma automática sus funciones. La de llevar a cabo lo habitual es una. No dejes vacío ese espacio que deseas cambiar, porque tarde o temprano el mal hábito volverá. Muchos de ellos han estado desde toda la vida con nosotros y no nos costará nada usarlos nuevamente.
Por ejemplo, si deseas reemplazar el consumo excesivo de harinas refinadas, busca alternativas más saludables antes de hacer la transición. Si lo piensas bien, mantienes los viejos patrones porque te proveen algún tipo de beneficio, aunque no sea de salud precisamente.
En el caso de la harina los beneficios son los efectos agradables que se producen en tu cerebro al comer lo que te gusta. Por medio del placer de comer, se activa un sistema de recompensas que te hace sentir bien.
Para poder cambiar ese hábito, piensa detenidamente con qué vas a sustituir sus efectos antes de abandonarlo, para que tu logro sea más efectivo y duradero, y no te golpee tanto el efecto desagradable de quedarte sin recompensa.
4. Busca ayuda
Haz de Dios tu fuente de motivación y seguridad
Observa esta declaración impactante que hizo un hombre honesto, él dijo: “En mi interior yo estoy de acuerdo con la ley de Dios. Pero veo que aunque mi mente la acepta, en mi cuerpo hay otra ley que lucha contra la ley de Dios. Esa otra ley es la ley que impone el pecado. Esa ley vive en mi cuerpo y me hace prisionero del pecado. ¡Eso es terrible! ¿Quién me salvará de este cuerpo que me causa muerte?” (Romanos 7:21-24 PDT)
Lo que Pablo te revela aquí es que convives a diario con tu humanidad errática y compleja. Tus malos hábitos, son un poder que batalla contra tu mente, y afecta integralmente todo tu ser: Espíritu, alma y cuerpo.
Los patrones incorrectos de conducta te hacen prisionero de tu propio cuerpo, y te sujetan al dominio del pecado, “¡Esto es terrible!” Afirma el experimentado apóstol, para terminar preguntando: “¿Quién puede hacerme libre?”
Es significativo que él reconozca que no hay algo que te pueda liberar, sino alguien; sin embargo termina gritando con gozo: “¡Dios me salvará! Le doy gracias a Él por medio de nuestro Señor Jesucristo”. (Romanos 7: 25 PDT)
Tus acciones no te pueden liberar de tus malas costumbres. Las buenas obras no te pueden hacer libre. Tú necesitas la ayuda de Dios. Él puede salvarte del poder maligno que obra en tu errática naturaleza humana. Él te puede dar la libertad que tu alma necesita.
Llámale, búscale, invítale a entrar a tu vida y a poner orden a tus pensamientos. Deja que sea Él quien calme tus emociones alteradas, y que te de la paz espiritual que necesitas para sentir suplidas todas tus necesidades. Sólo Dios puede darte el poder para cambiar de vida.
Dejarle entrar a tu corazón es el primer paso para vivir la vida plena que necesitas. ¿Quieres hacerlo? Haznos saber tu decisión en los comentarios.
Autor: Pamela Amador.
Buenos Aires, Argentina.
Diseño: desi_tarrio en instagram.
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