¿Qué te viene a la mente al pensar que eres un cordero y que estás en medio de lobos? Quizá no sea una imagen muy alentadora. ¿Y te has sentido así al momento de pensar en salir a predicar? Si es así, eso explicaría por qué te cuesta tanto salir a evangelizar.
Por muchos años me pregunté: ¿Qué quería decir Jesús con esta metáfora? ¿Acaso Jesús quiere enviarnos a una misión suicida? He escuchado muchas predicaciones al respecto de este texto: algunas clásicas, que hablan de la disposición al martirio por parte de los creyentes, y otras muy modernas, que pintan a ovejas que se disfrazan de lobos para permanecer entre ellos.
No entendía plenamente su significado, pero Dios habló a mi corazón leyendo el pasaje de 1 Samuel 22, donde David, huyendo de Saúl, se va a esconder en una cueva en Adulam, pero curiosamente, estando allí, de repente empieza a llegar gente a la cueva. Al principio, llega su familia. Pero luego empezó a venir todo tipo de personas.
Algunos porque estaban metidos en algún problema, otros porque debían mucho dinero, y algunos otros, simplemente porque no estaban satisfechos con la vida que tenían. Alrededor de cuatrocientas personas se unieron a David en pocos días.
Imagínate este cuadro: Sales huyendo al desierto, porque tu vida corre peligro, y de repente empieza a llegar gente para que la recibas en tu escondite. Y cuando preguntas: ¿Por qué vienen aquí? Te responden: “Porque a mi también me están persiguiendo…”
“Me persiguen los problemas” - Te dicen- “Por eso me identifico contigo. Veo mi situación reflejada en ti”
No sales de tu sorpresa. Realmente no entiendes por qué esa gente viene a ti. ¡Tú no tienes soluciones para ellos! ¡Tú mismo estás huyendo! Pero el número de gente aumenta… y en menos de lo que canta un gallo tienes 400 nuevos miembros en tu comunidad, demandando tu atención y cuidado…. ¡Y todos puestos de acuerdo para hacerte líder de ellos! Y tú sólo te preguntas: “¿Qué está pasando aquí?”
Y de ese modo asumes un liderazgo que se te asignó sin andarlo buscando. Miras la necesidad de la gente y dices: “Están necesitados… son como ovejas sin pastor…” y sientes compasión. Y ese amor te mueve a cuidarles, a pastorearles.
Ves en ellos gente valiosa, que puede hacer grandes cosas. Ves valientes en los que huyen, porque estuvieron dispuestos a dejarlo todo por buscar hacer un mundo mejor para ellos y sus familias. Y no puedes dejar de guiarlos.
Y terminas liderando una comunidad en el desierto, tal como lo hizo David. Él era el líder de un grupo de resentidos que vio su liderazgo, y decidieron seguirlo. Pero ¿Cómo conectaba la gente con David, al punto de querer seguirlo hasta la cueva de Adulam, y formar parte de una comunidad nómada en el desierto?
Te lo diré sin rodeos: Ellos vieron su vulnerabilidad. Y se identificaron con eso.
Es fascinante pero a la vez muy contrario a las formas que nos han enseñado en el liderazgo convencional. Los expertos te dicen: “Si quieres ser un líder, no debes mostrar debilidad, porque nadie sigue a un líder débil”.
Los conceptos que se manejan en esa escuela son: El macho alfa, el más fuerte, el que parece invencible, el que nunca llora, el que nunca duda. Ese es el liderazgo que te venden en el mercado, y que muchas veces terminas comprando.
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En una ocasión murió el hijo de una pastora, y ella permaneció imperturbable durante todo el tiempo que duró el velorio, sin mostrar el dolor que llevaba por dentro, como fiel seguidora de la escuela del superliderazgo. Dos semanas después sufrió un colapso nervioso.
Al año siguiente, después de todo un proceso de recuperación, escuché su testimonio. Ella dijo:
“Qué equivocada estaba con respecto a mi liderazgo; por no querer mostrar dolor o debilidad, casi pierdo la vida. El liderazgo no se trata de aparentar fortaleza, también se trata de mostrar que somos humanos”. Ella aprendió el valor de mostrarse vulnerable. Y en su debilidad, su liderazgo aumentó mucho más.
Hace meses escuché el testimonio en podcast, de la esposa de un famoso predicador mexicano. En un sencillo mensaje, contaba cómo su vida se había vuelto una tragedia, porque empezó a sufrir trastornos de ansiedad durante la pandemia.
Lo más tenaz, fue sentirse presionada por la gente y el ministerio. Algunos la criticaron, otros la señalaron, criticándola: “¿Una pastora con episodios de ansiedad? ¿Cómo testifica eso del evangelio?” Otros incluso fueron más allá, poniendo en duda su salvación.
Pero cuando ves a David, y lees algunos de sus salmos, verás que aquel que fue llamado un hombre conforme al corazón de Dios, enfrentó fuertes batallas emocionales que lo atribularon. Se sintió derribado, pero no destruido, perseguido, más no desamparado. En su debilidad, Dios se manifestó, y los que lo vieron aprendieron con él a depender de Dios.
Lo que pasa es que en el concepto del “súper liderazgo”, no admitimos nuestra humanidad. Pero lo que conectó a David con la gente en el desierto, fue su vulnerabilidad.
Y es desde esta perspectiva humilde, que un liderazgo conecta con su gente; porque cobra sentido la advertencia de Jesús:
“Yo os envío como corderos en medio de lobos”.
Un cordero es vulnerable ante los lobos. No puede luchar contra la violencia de estos.
Y es que Jesús no espera que desarrolles el ministerio mostrándote fuerte. Más bien Él espera que muestres vulnerabilidad, para conectar con la gente desde tu debilidad. ¿Por qué? Porque tu flaqueza es la que da lugar a su poder. Y esa es la única manera de dirigir a la gente hacia él.
Cuando edificas tu ministerio alrededor de un liderazgo aparentemente fuerte, la gente empieza a mirar tu capacidad y fortaleza, tu manera de operar, de liderar, y de manera imperceptible empieza a hacerse dependiente de ti, de tu fortaleza y de tu capacidad… y deja de venir a Cristo.
¿Acaso tú estás capacitado para llevar las cargas de la gente? ¡Si ni siquiera puedes llevar bien las tuyas! David lo entendió. Él pensaría: “Yo no puedo llevar mi propia carga, menos aún puedo llevar la carga de la gente, pero lo que sí puedo hacer, es enseñar a la gente a llevar sus cargas junto conmigo al Señor…”
Y entender su vulnerabilidad, le llevó a depender más de Dios. Y así se convirtió en un líder que guiaba a su gente a confiar en Dios.
Tus debilidades no te anulan. Más bien te potencian.
Quizá te miras y dices: “Dios nunca me usaría”. Porque tienes problemas matrimoniales o hijos rebeldes; porque no controlas completamente tu carácter o tienes defectos muy visibles. Pero entiende algo: Jesús no espera que seas perfecto para usarte. Él no espera que seas un lobo, sino un cordero.
Así que no prediques desde tu suficiencia, ni desde un podio de superioridad. La gente no necesita ver en tí a un ser humano grandioso, que supera las peores situaciones. Sino a una persona tan débil como ellos, pero afianzada en un Dios Todopoderoso.
Cuando temas salir a predicar, porque te sientes frágil, recuerda que Dios te dice como a Pablo: “¡Mi poder se perfecciona en tu debilidad! ¡Bástate mi gracia!”
Pr. David Parra
Medellín, Colombia.
Diseño: Marco Gentile
Versículo tomado de la Biblia, versión RVR 1960: "Mirad, yo os envío como corderos en medio de lobos…" Mateo 10:16
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