Antes de nacer Santhiago, mi sobrina Samantha era la niña consentida de su casa. Tenía toda la atención de sus padres; sus chistes eran el motivo general de las risas, y sus logros (dejar el pañal, y superar el biberón) eran las causas de las celebraciones de todos los parientes. Pero todo cambió cuando llegó Santhiago.
No solo cambiaron las cosas para sus padres, sino sobre todo para Samantha. Ahora debía compartir la atención con el bebé recién llegado. La princesa de la casa llegó a sentirse desplazada por los cuidados de cada tres horas para el bebé con el suministro de biberones, y la consecuente falta de atención para ella. Fue entonces cuando se manifestó en Samantha, el complejo del hermano mayor.
De repente, empezó a necesitar pañales de nuevo, y a solicitar que le dieran de comer en su viejo biberón, porque quería llamar la atención de sus padres haciendo las cosas que veía hacer al bebé.
Pero al notar que no le funcionaban sus planes, sino que le eran contraproducentes, decidió tomar otras medidas. Comenzó a pegarle al bebé cada vez que podía, le regañaba furiosamente, rechazándolo, y decía que el bebé era feo, malo y tonto, en abierta actitud rebelde y egoísta.
El punto de quiebre, junto a las terribles consecuencias, vino para ella, cuando se atrevió a morder al pequeño Santhiago, dejando la marca de sus dientes en la suave piel del bebé. Las sanciones no se hicieron esperar. Sus acciones empezaron a recibir penas y castigos; pero lo más doloroso era escuchar a esa niña de tres años, decir con total seriedad: “Todo esto me hace sentir muy mal… ¡Qué injusta es la vida!”
Y es que el complejo del hermano mayor tiene serias consecuencias para ti como ofensor, no solo en función del castigo que puedes recibir por tratar mal al que es considerado “menor”, sino por el impacto que puede producirse en tus propias emociones y pensamientos.
Efectos del Complejo del hermano mayor
Cada acción, genera una consecuencia. Cuando reaccionas ofensivamente contra una persona nueva en tu entorno social, desencadenas secuelas que pueden tornarse negativas, no solamente para el grupo en cuestión, sino también para ti mismo.
En el caso del hermano mayor de la parábola del hijo pródigo, se observan claramente algunos efectos nocivos que su proceder errado traían sobre sí. Los mismos perjuicios pueden venir también sobre ti, si te empeñas en seguir comportándote bajo el complejo del hermano mayor.
Los resultados nocivos para la vida relacional del grupo, son muchos; y también son abundantes los que se causan a la condición personal del acomplejado, pero solo resaltaremos tres de esas consecuencias nefastas:
1. Eres heredero pero no disfrutas de nada
Resulta curioso el reclamo que el hijo mayor de la parábola le hace al padre: “¡Fíjate cuántos años te he servido sin desobedecer jamás tus órdenes, y ni un cabrito me has dado para celebrar una fiesta con mis amigos! ¡Pero ahora llega ese hijo tuyo, que ha despilfarrado tu fortuna con prostitutas, y tú mandas matar en su honor el ternero más gordo!”1
El padre estaba consternado por la actitud de su hijo mayor. Hasta ahora no se había percatado de los complejos de inferioridad que tenía el muchacho.
“¿Cómo es eso que me has servido? ¡Tú eres mi hijo, no mi esclavo!” - Razonaría el hombre – “¡Todo lo que tengo es tuyo, porque tú siempre estás conmigo!”- le dijo.
Sin embargo era difícil hacer entrar en razón al corazón herido de aquel hijo con complejo de esclavo. Porque aunque era retoño suyo, el heredero y dueño de todo, no estaba razonando del modo correcto, sino presentándose como la víctima de una injusticia, el hijo sirviente y menospreciado que su padre nunca tomó en cuenta para celebrar.
Así actúa el complejo del hermano mayor. Te hace sentir como una víctima de las circunstancias, como un vil menospreciado que nadie toma en cuenta, porque están ocupados solamente en celebrar al nuevo, al que de paso juzgas como indigno de tales atenciones.
Pero eso lo que pone de manifiesto es el grado de tu acomplejamiento. Muestra que la presencia de alguien nuevo en tu familia, grupo, o iglesia, te hace sentir inferior, echado a un lado, o menospreciado, cuando el foco de la atención se dirige hacia esa persona, desplazándote.
Pero si evalúas objetivamente, encontrarás de parte del Padre Celestial, la misma corrección amorosa que el padre de la parábola le hizo a su hijo: “No pierdas de vista tu identidad. El hecho de no tener toda la atención, no menoscaba lo que eres. Anímate, disfruta tú también de la celebración”.
2. Eres hijo pero te niegas a ser hermano
Fíjese en la expresión que usó el hermano mayor, para reclamarle al padre la aceptación de aquel que había sido pródigo y rebelde: “Ese hijo tuyo”.
Y comenzó luego a juzgarlo por sus errores, tratando de rebajarlo delante de su padre, como si al resaltar su indignidad, él obtuviera mayor valor. Sin darse cuenta que en la medida que empujaba hacia abajo al que había sido derrochador, él mismo también se hundía en el lodo del rencor que sepulta a un corazón que odia.
Al llamar “hijo tuyo” al que había regresado arrepentido, reconocía que no podía negar el nexo de aquel con su padre, pero se negaba a aceptar que también era parte suya.
Cuando actúas bajo el complejo del hermano mayor, no te das cuenta, pero entras en inconsistencia. No puedes relacionarte como hijo con tu Padre, sin reconocer también que sus otros hijos, son tus hermanos.
Lo único que logras al desconectarte del nexo filial con el otro, es aseverar que estás poniendo en duda el nexo mismo que tienes con tu Padre. No en vano la Biblia dice: “Si alguno dice que ama a Dios, pero odia a su hermano, es un mentiroso. Porque si no ama a su hermano, a quien puede ver, mucho menos va a amar a Dios, a quien no puede ver.”2
3. Tienes acceso pero decides quedarte afuera
El complejo del hermano mayor lamentablemente puede dejarte fuera del gozo y la alegría de la casa del Padre. A causa del enojo que tenía, el hijo mayor “No quiso entrar” en la fiesta de celebración.
Pero lo peor del caso, es que torpemente el hijo mayor estaba poniéndose en una posición tan infantil como orgullosa, de tal manera que aun estando de por medio los argumentos de su padre, emplazándole a entrar a la fiesta y regocijarse, el relato termina con el muchacho todavía afuera.
Lo triste de esto era que debido a su falta de humildad, se estaba perdiendo de ser feliz en la compañía del padre, y de celebrar con el resto de la familia. Aún los sirvientes de la casa estaban celebrando felices, mostrando mejor entendimiento que el mismo heredero.
Qué triste, adentro había abundancia de pan, pero él no lo estaba disfrutando. Había gozo y alegría, pero él estaba enojado y triste. Todos se divertían, pero él estaba afuera, exigiendo sus derechos (que nadie había vulnerado), y reclamando el cabrito que nunca le habían dado para gozar con sus amigos, mientras que adentro estaba el becerro gordo montado en la parrilla, y quizá los amigos, aguardando por él para celebrar.
¿Te das cuenta de la necedad de seguir actuando bajo tal complejo? Te hace perder el gozo y la oportunidad de disfrutar. Y te encierra en la amargura, en la tristeza y el pesar.
Si después de leer esto, te preguntas cómo cambiar, permanece atento a la próxima entrega, porque allí hablaremos de cómo superar este complejo para empezar a disfrutar.
1 Lucas 15:29-30; 2 1 Juan 4:20 (PDT)
Libna Villegas de Parra
Medellín, Colombia.
Diseño: REDACTRÓNICA
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Muchas gracias, muy buena exposición.