Las migajas para los perrillos
Mateo 15:22-28
“No está bien tomar el pan de los hijos, y echarlo a los perrillos.” Fue la respuesta de Jesús a una madre que se acercó en busca de ayuda para su hija.
Mateo nos cuenta el momento en que una mujer sale al encuentro de Jesús y le pide que por favor ayude a su hija, que está siendo gravemente atormentada por un demonio; pero Jesús la ignora. Ante el insistente clamor de la mujer, los discípulos le piden a Jesús que haga algo. Jesús les responde que él ha sido enviado solo a los hijos de Israel. Pero ante este segundo rechazo, la mujer aun insiste y se postra ante él suplicante… La respuesta de Jesús esta vez fue mucho más dura.
Muchas veces en el pasado cuando me enfrentaba a este pasaje bíblico, me causaban mucha confusión las palabras de Jesús. Y no lograba entender cómo es que el Dios todo amor, y el salvador del “mundo”, rechazaba ayudar a una madre desesperada solo por no ser israelí; y por qué, además, la insultaba comparándola con los perros, lo cual era una gran ofensa, tanto para la época, como para nuestros días. Esa misma comparación se usa en el Apocalipsis para referirse a aquellas personas que no entrarán al reino de Dios. (Apocalipsis 22:15)
Si como yo alguna vez te has cuestionado el por qué de las palabras de Jesús, acompáñame a descubrir qué hay detrás de este texto bíblico.
En Hechos capitulo 10 vemos como Dios le ordena a Pedro llevar el mensaje de salvación a los gentiles, y como, más adelante, es derramado sobre ellos el Espíritu Santo. Entonces, ¿por qué Jesús le dice esas cosas a esta mujer? Si en otra ocasión le hizo un milagro a un centurión romano; y le concedió a la mujer samaritana y a muchos de su pueblo escuchar el mensaje de salvación, y se quedó con ellos dos días.
Esto nos dice que definitivamente había una mayor intención en las palabras del Maestro, que mero exclusivismo racial. Veamos dos razones:
1. Jesús estaba probando a sus discípulos.
Cuando Jesús guardó silencio, estaba probando el corazón de sus discípulos. Ciertamente él había sido enviado a anunciar el mensaje primeramente al pueblo de la promesa, pero sus seguidores serían los encargados de extender el mensaje del reino.
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Para los judíos, los gentiles eran considerados como inmundos e inmerecedores de la Gracia de Dios. El silencio de Jesús ante el clamor de la mujer, les daba a los discípulos la oportunidad de mostrar misericordia e interceder por ella, pero en lugar de eso, le pidieron al Señor que la despidiera, no porque sintieran compasión, sino porque les molestaba su constante clamor.
Ante la petición a medias de los discípulos, Jesús les recuerda su misión, él debía cumplir la promesa con el pueblo de Israel, y el tiempo para los gentiles todavía no había llegado. El les dijo: “No soy enviado sino a las ovejas perdidas de la casa de Israel.”
2. Jesús estaba probando la fe de la mujer
Estas palabras eran un segundo rechazo a la petición de esta madre desesperada. Cualquiera de nosotros para este punto ya se hubiese marchado; tal vez nos diríamos: “Dios no me ama”, “Dios no responde mis oraciones”, “Dios sanó al hijo de mi vecina, pero al mío no” … Y así, nos descoceríamos en una larga lista de lamentaciones poniendo en duda el amor de Dios por nosotros.
A veces nuestra fe en Dios es tan débil, que al igual que los fariseos demandamos señales constantes de Dios para poder creer, y cuando la respuesta es negativa, nuestra fe en Jesús y su palabra se viene abajo como un castillo de naipes.
Esta mujer nos da un ejemplo de lo que es verdadera fe. A pesar de dos evidentes rechazos, ella no se da por vencida y llega aun más allá. Se postra delante de Jesús y le dice: ¡Señor, socórreme! Ella sabía que si Jesús el Nazareno, cuya fama y poder eran grandes, no ayudaba a su hija, nadie más podría.
Pero la respuesta que Jesús aquí le da es todavía más dura: “No está bien tomar el pan de los hijos, y echarlo a los perrillos.”
¿Cómo, un perro yo? Si hasta este punto habíamos luchado por mantener la fe, aquí tiramos la toalla. No es posible que el Mesías, se refiera así a todo aquel que no es judío, porque ahí entro yo.
Y aquí es donde muchos entran en conflicto con esta palabra, incluyéndome a mí, que comencé a leer la biblia siendo una niña, mucho antes de tener la madurez para entenderla.
Las migajas para los perrillos
Pero, ¿Quiénes son los perrillos?
Recordemos que, para la época, los perros no eran las mascotas domesticadas que hoy conocemos, eran animales salvajes, fieras que devoraban carroñas y cadáveres insepultos, que volvían a su inmundicia y lamían las llagas a los leprosos. Cada vez que se hace referencia a los perros en la biblia es para hacer alusión a alguna característica de su comportamiento animal y muchas veces es comparado con la conducta de aquel que vuelve repetidamente al pecado, aquellos hacedores de iniquidad.
Por eso para los judíos, los gentiles eran como ‘perros’, vivían en inmundicia y sin ley. No guardaban sus costumbres, ni se purificaban como ellos.
Entonces sería correcto suponer que los perrillos son todos aquellos que, como el perro, vuelven a su vómito, vuelven reiteradamente al pecado, ignorando por completo el sacrificio de Cristo en la cruz.
Pero tú y yo que le recibimos y creemos en Su nombre, recibimos ‘potestad de ser hechos HIJOS de Dios’. Él nos ha llamado de las tinieblas a su luz, y ya no somos contados entre los perrillos que comen de las migajas.
Continuando con la respuesta de esta mujer, obtenemos una gran enseñanza. “Ella dijo: Sí, Señor; pero aun los perrillos comen de las migajas que caen de la mesa de sus amos.” Su fe era tal que esas palabras no la detuvieron. Ella sabía que una sola ‘migaja’, una sola ‘palabra’, solo ‘tocar el borde de su manto’ era suficiente para que el milagro fuera hecho.
“Entonces respondiendo Jesús, dijo: Oh mujer, grande es tu fe; hágase contigo como quieres. Y su hija fue sanada desde aquella hora.”
¿Cuántas veces alguno de nosotros ha dejado de recibir el milagro por no persistir? Porque bajamos fácil los brazos y le damos la victoria a nuestros enemigos.
Jesús conocía el corazón de esta mujer, sabía que ella entendería el mensaje y podría superar la ‘ofensa’, estaba aprovechando la ocasión para mostrarle a los discípulos que la Gracia no tiene distinción de razas, y que todo aquel que cree será salvo.
Tu y yo ya no tenemos que conformarnos con las migajas. Hemos sido invitados a entrar abiertamente al Trono de la Gracia. Y así como Dios le dijo a Pedro: “Lo que yo he limpiado no lo llames tu común”, o inmundo, la Gracia se ha manifestado para todos nosotros, judíos o no, por medio del sacrificio de Cristo.
Así que, las migajas para los perrillos, tú y yo podemos sentarnos a la mesa y disfrutar del banquete que él ha preparado para nosotros.
Darlis de Gentile
San Felipe, Venezuela
Diseño: Marco Gentile
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