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Marco Gentile

Mi experiencia con el Covid-19 / Capítulo 5: Ministración


Dios es orden. Todo lo creado por Dios tiene una base racional. El hecho de que no entendamos su razonamiento, o los parámetros de Su lógica nos resulten incomprensibles… no significa que el universo, y todo lo que allí sucede, sean producto del azar.


E incluso la intervención divina, que a veces tuerce un poco las leyes de la lógica, no tiene por qué ser vista como “magia”, sino más bien como el resultado de un Plan cuyos propósitos y desarrollo están fuera de nuestra comprensión.


Y aunque dentro de su propia lógica el Señor creó “la excepción a la regla”, los seres humanos no podemos obviarlas: Si saltamos de un décimo piso descubriremos que existe la gravedad, y si conducimos con los ojos cerrados seremos testigos de la ley de la inercia. ¿Entonces por qué se salva un tipo al que no se le abrió el paracaídas?


Eso también tiene un nombre… se llama “Milagro”.


Y de esos vi unos cuantos estando en el hospital. Fui testigo de cómo una oración levantó la oxigenación de una de mis hermanas covid, diabética, que estuvo varias veces a punto de ser trasladada a la UCI y cuya fe y confianza en Dios la mantuvo con nosotros en la Colmena.


Vi pulmones desinflamarse, dolores desaparecer en cuestión de minutos, dinero qué llegó justo a tiempo para evitar el sufrimiento de familias enteras… Observé cómo nuestra colmena y sus cuartos privados pulverizaban las estadísticas de la enfermedad.

Y sobre todo vi el milagro más bello de todos: La Fe. Cuyo nacimiento es humanamente inexplicable, porque no es un logro, sino un regalo de Dios, y una vez que se tiene se transforma en convicción.


Pero esa convicción no llega sola a nuestras vidas. Para Creer en Dios alguien tiene que hablarnos de Él. Pues la Fe viene por el oír la Palabra de Dios.


¿Qué te resulta más fácil: Creer en el azar, o tener la certeza de que has sido creado con un propósito, y que realmente la vida tiene sentido?


Aunque vivir puede ser bello u horroroso, todos necesitamos saber que hicimos algo en este mundo, que nuestro transitar ha dejado huellas y fuimos parte de algo más grande que nosotros mismos, esa es la búsqueda elemental por la que el alma se desvela.


Y al llegar al final de nuestra vida, queremos irnos sabiendo que somo aceptos para Dios. Deseamos una palmada en la espalda, y entrar con gozo a las bodas del cordero, meter los pies bajo Su mesa y disfrutar con Él de un banquete en la eternidad.


Ese fue el caso de una anciana de 97 años cuyo camino se cruzó con el mío en una Ambulancia del hospital. A mí me iban a practicar una Tomografía Computarizada por sugerencia de mi tía Georgina, quien es experta en Covid del estado Lara, y quería ver mi verdadera condición pulmonar. Pero el TAC solo me lo practicarían en clínicas privadas; así que le pedimos al Director del hospital que hiciera una excepción y me permitiera salir del hospital. A nadie se le permitía eso, mas yo sabía que diría que sí, y así fue.


Pero antes debíamos cumplir con el protocolo de bioseguridad. Mi doctora dijo que, como la clínica donde me llevarían quedaba a media cuadra de la UCI en el Hospital Central, aprovecharía de llevarme junto a un traslado de algún paciente complicado. Entonces se pusieron sus trajes especiales y me condujeron a la ambulancia.


Allí encontré, en una camilla, a una anciana muy entrada en años, cuya osamenta se marcaba en su ropa. No pesaría más de 35 kilos y respiraba como si fuera víctima de esas torturas donde te ponen una bolsa plástica en la cabeza. Sus ojos vidriosos proyectaban una mirada llena de tristeza y soledad, como la de aquellas personas que mueren esperando la llegada de un ser querido.


- Yo no sé para que la quieren trasladar -dijo un doctor que nos acompañaba- aquí la hemos cuidado bien… Ya tiene 97 años… allá no va a durar más de dos días.


- Epa, no ves que te está escuchando -le reprendió mi doctora mientras le daba un golpe en la pierna-. Deja de matar a los pacientes con esa negatividad.


Llegamos a la UCI, bajaron los doctores, el camillero, y mi corazón se aceleró de un modo inexplicable. Me preocupaba que, si me desmayaba estando en el Hospital Central, me dejarían allí, en el lugar que tanto temíamos los pacientes, y del que se tenía el mito de “no retorno”.


Pero descubrí que mi condición cardíaca era el llamado que me estaba haciendo Dios para que hiciera algo. Pues los médicos se entretuvieron hablando con el personal de ingreso y me dejaron a solas con la anciana, que me miraba como esperando que yo dijera algo antes de que se la llevaran.


Así que tomé aire, cerré los ojos y le pregunté a Dios qué quería de mi en esta ocasión.


Sabía que tenía pocos minutos, así que acaricié el cabello de la anciana, y noté que se despedía de la vida aprovechando que recibía un poco de ternura…


No sabía qué decirle, era primera vez que me encontraba en la situación de ministrar a una persona moribunda, de modo que opté por el principio bíblico que había aprendido en el Hospital… “Abre tu boca, que Yo la llenaré”.


- Doña, quiero decirte algo de parte de Dios: Lo has hecho bien.


Vi que mis palabras sacudieron su cuerpo como una bomba atómica. Estiró las piernas entumecidas e inhaló una gran bocanada de aire, al tiempo que sus ojos, ya vidriosos, se preñaban de lágrimas.

- No tengas miedo -le dije sin pensar-, pronto los dolores y el sufrimiento serán como Aguas que pasaron y descansarás de este cuerpo que ya pesa demasiado.


La anciana cerró los ojos lentamente, y movió los dedos de la mano. Yo la tomé por los hombros y le pregunté:


- ¿Quieres aceptar a Jesús como tu único y suficiente Salvador?


Pero la gravedad de su estado ya no le permitía hablar, apenas podía hacer señas con la mirada, entonces le dije que parpadeara una vez para decir SI, y dos veces para decir NO.


Ella parpadeó, con intencional lentitud, una sola vez.


Se abrieron las puertas de la ambulancia. El camillero iba a llevársela y no habíamos terminado… Pero algo pasó allá afuera que detuvo la acción y me dio tiempo de hacer lo que Dios había planificado para esa hora.


- Abuela. Repite conmigo en tu mente: “Querido Dios, gracias por la vida, gracias por el tiempo que me regalaste, y por los hijos que me diste. Yo me arrepiento de todos mis pecados y acepto a Jesús como mi único y suficiente Salvador. ¿Lo aceptas? -le pregunté”.


La anciana parpadeó una vez.


- “Gracias porque mi largura de días estuvo llena de bendiciones y te pido hoy que escribas mi nombre en el Libro de la Vida, y no lo borres jamás, en el nombre de Jesús, Amén”.


Acaricié de nuevo su cabello canoso y la miré muy de cerca.


- ¿Ya estás lista?


Ella parpadeó una vez.


Y la vi irse rodeada de paramédicos, que la conducían por el largo pasillo del hospital como quien lleva una preciada carga a un lugar de eterno de reposo. Donde las aflicciones de este mundo ya no pueden lastimarnos, y el amor de Dios es lo único que se siente.


(¿Quieres saber cómo fue mi último día en la “Colmena”?... Sigue esta serie que finaliza este sábado a las 10 am).


Departamento de Redacción y Diseño:

Marco Gentile, @REDACTRÓNICA en redes sociales.


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