En muchas ocasiones, a lo largo de mi vida, al mirarme al espejo o al enfrentarme a un gran reto he oído una vocecita sobre mi hombro, que me susurra al oído “No eres suficiente”. Esas tres sencillas palabras han llegado a causar tanta mella en mí que me han llenado de temor, de impotencia y de frustración, deteniéndome de hacer demasiadas cosas.
A pesar de haber sido inmensamente bendecida con grandes dones y talentos, permití que estos quedaran ocultos detrás de mi insuficiencia, procurando pasar desapercibida dentro del promedio. Un mecanismo efectivo para evadir el fracaso.
Cuando ves la vida con el filtro “No soy suficiente” en tus ojos, empiezas a caminar comparándote con los demás en todo. Olvidando que siempre habrá alguien más preparado, con más simpatía, con más recursos y más talentos que tú.
Y debes saber que esos sentimientos de insuficiencia no son exclusivos de ti, cuando tus debilidades o tus carencias parecen mucho más grandes que tus facultades, tus recursos y tus facilidades, tiendes a sentirte una víctima de tu realidad, pero esto no es necesariamente así.
Aunque para cada persona esta sensación puede tomar una forma diferente, lo común es que el enemigo busque cuál es el área donde seas más susceptible, para hacerte tambalear.
Sin embargo, todo en la vida llega a un punto de inflexión en el que se definen muchas cosas del carácter, allí se hace una diferencia entre los que hacen y los que ven hacer. En mi caso, al llegar a este momento, confirmé mis sospechas: no soy suficiente.
Sí, así como lo lees. No soy suficiente. Por lo menos no lo soy en mi propia capacidad.
Para explicar mi conclusión quiero que recordemos una de las historias bíblicas más contadas a lo largo de los años: la alimentación de los 5.000. Este milagro fue tan impactante que es el único que se cuenta en los 4 evangelios, siendo posiblemente el que tuvo más testigos y más beneficiarios.
Lo más impresionante de este hecho es que se dio a partir de la insuficiencia de los discípulos y de la multitud. Cuando Jesús y sus discípulos se vieron de cara a una necesidad, una puerta de oportunidad muy grande se abrió. Surgió la pregunta “Ahora, ¿qué hacemos?” (Juan 6:5), pero junto con ella, llegó también la solución.
Andrés se encuentra a un muchacho que puso en sus manos, para el Señor, lo poco que tenía: 5 panes y 2 peces, una exquisita insuficiencia. En condiciones naturales esta poca comida sería suficiente para calmar el hambre de este joven por un día, máximo 2. Entonces ¿qué era esto frente a 5.000 hombres, sumando mujeres y niños? ¡Prácticamente nada! Evidentemente era insuficiente.
Pero hay dos cosas muy relevantes que hicieron los discípulos y que aportaron lo que faltaba a la obra del Señor: Primero reconocieron que ellos no tenían la solución pero que Jesús sí y, en segundo lugar, entregaron en Sus Manos esa insuficiencia para que Él se glorificara.
Posiblemente todos conocemos cómo acaba esta historia: el Señor utilizó la insuficiencia de alimentos para operar un milagro de dimensiones inimaginables. Y justo esto es lo que puede ocurrir en nuestras vidas.
Mi insuficiencia en las Manos de Jesús.
Cuando conocí verdaderamente al Señor, entendí de mejor manera mi insuficiencia. Y volví a la vieja conclusión que antes me atormentaba, pero de una forma completamente nueva: por mi cuenta siempre seré insuficiente; sin importar cuánto corra, si es en mis propias fuerzas no llegaré tan lejos como lo sueño.
Pero la diferencia entre el susurro destructivo de hace unos años y la convicción actual que tengo, es que comprendo que el poder de Dios se perfecciona en mi debilidad y por esto “gustosamente hago más bien alarde de mis debilidades, para que permanezca sobre mí el poder de Cristo” (2 Corintios 12:9)
Entender de esta manera, la nueva dimensión de mi debilidad, me liberó para verme de la manera en que Dios me ve. Él sabe que soy imperfecta e insuficiente, pero aun así me ve como una obra terminada, aunque esté en progreso; y sobre todo me trata como una creación con un propósito tallado.
Efesios 2:10 dice “Porque somos hechura suya, creados en Cristo Jesús para buenas obras, las cuales Dios preparó de antemano para que anduviésemos en ellas” y la clave para trascender en las acciones que nacimos para hacer, Jesús dice que es esta: “separados de mi nada pueden hacer” (Juan 15:5).
Podemos tomar decenas de historias de la Biblia para mostrar cómo el Señor usa la insuficiencia para hacer grandes cosas, pero basta con observar el caso de Moisés, quien sentía que no estaba calificado para tan grande labor, que temía no ser tomado en serio, e incluso no sabía cómo hablar, y sin embargo, logró sacar a los israelitas de la esclavitud de Egipto.
“Entonces el Señor le preguntó: —¿Quién forma la boca de una persona? ¿Quién decide que una persona hable o no hable, que oiga o no oiga, que vea o no vea? ¿Acaso no soy yo, el Señor? ¡Ahora ve! Yo estaré contigo cuando hables y te enseñaré lo que debes decir” Éxodo 4:11-12.
La única manera para dejar de ver nuestra carencia como una fatalidad, y reconocerla como una bendición, es valorando el alto honor y privilegio de pedir a Dios que llene cada espacio vacío que tenemos, “y como sabemos que él nos oye cuando le hacemos nuestras peticiones, también sabemos que nos dará lo que le pedimos” (1 Juan 15:5).
Entender este misterio, nos lleva a proclamar sin temor: “No soy suficiente, pero mi Padre sí”. Su Gracia es suficiente para mí, Su Poder, se perfecciona en mi debilidad. Mi impotencia es la excusa perfecta, para que repose sobre mí el poder de Cristo.
Autor: Erika Pulido Prada
Bogotá, Colombia.
Diseño: @desi_tarrio en instagram
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