¿Qué has venido a ver al desierto? ¿A un hombre predicar? ¿O acaso viniste a verlo morir mientras predica?
Te ha llamado la luz, más no es mi luz. Es solo el reflejo de la Gloria de Dios rebotando en la arena. Tú no eres de la generación de víboras, ni yo de la generación de profetas…
¿Qué hacemos aquí?
Dios sabe que podríamos cambiar de lugar y sería lo mismo, soy tan pecador como tú… Arrepintámonos hoy de nuestra naturaleza muerta, y roguemos porque la vida de Cristo, que parpadea en nuestros corazones, termine de abrir el párpado y nos inunde para siempre.
Mírame, oh Dios de las muchas moradas… ¿Qué puedo hacer con el envase que me has prestado para que no se derramase mi alma?
Aquí voy, llevado en una camilla de hospital, viendo la línea intermitente que forman las lámparas del techo. Se asemejan a las blancas líneas discontinuas de la carretera, señalando un camino, ¿hacia dónde? Solo sé que me conduce a mi destino.
A mi espalda está la tierra, con todos sus sinsabores y necesidades. Me sostiene y me traga, como traga la vida a quien sufre. Y tú que miras estas líneas, y no sabes qué pensar; si estoy o no en el camino, también has sido tragado. Porque la muerte entró en el mundo antes que lo conocieras, y la muerte seguirá en él, no lo dudes, hasta el final de los tiempos. No podrás reconciliarte con la muerte porque ella no es nada, pero como tú y yo tampoco somos nada sin Cristo, a veces la sentimos más grande que nosotros.
Yo abro mi boca para salmodiar a Dios y muchos escuchan, presiono las letras de este teclado y me sincero con el viento, dejando que se lleve mi clamor, y que el fuerte olor de mi adoración inunde tus sentidos. YO NO SOY UN EJEMPLO, soy un pecador que está viendo la franja, y se queda obnubilado, contemplando la profundidad del infinito mientras estallan los relámpagos del Padre que me llama.
Yo no me atrevo a decirle: Oye mi Señor, déjame vivir. Mejor tapo mi boca y le ruego con los ojos, borboteando mi súplica con lágrimas.
Me están mudando de la camilla a la mesa de operaciones. Estoy casi desnudo, solo vestido con un pañal blanco como el taparrabos de Cristo. Me quitan la manta, y el frío de la sala, como el de la soledad, me da un latigazo, devolviéndome la vista. Puedo ver cómo la enfermedad ha consumido mi carne, se ha llevado la energía, y con ella la autosuficiencia.
Una camilla no es más que una camilla, y un enfermo no tendría por qué ser algo mayor de lo que es. Pero debajo de la mesa de operaciones sacan dos respaldos que solo tienen el ancho justo para los brazos. Colocan cada uno de mis brazos en el respaldo, y la camilla ahora tiene la forma de la Cruz. Estoy juntamente crucificado con Cristo en esta especie de epifanía quirúrgica.
¿Cuáles pueden ser mis grandes glorias para que yo merezca ser crucificado? ¿Con quién se comparará este hombre lleno de pasiones humanas? Oh Señor, si algo hay de ti en este pobre pecador, tuyo es y no mío. No me lo quites, porque es mi único tesoro.
Todos me ven crucificado en esta mesa, sin ser levantado, como lo hicieron con mi Señor, y dicen: Valiente, que confía en su Salvador, carga su cruz y le sigue. Ejemplo, me dicen, y no me llena de orgullo. Incluso siento que si los oyera en mi corazón caería de la poca altura que me separa del piso.
Tuya es tanta entrega, ni la entiendo, ni la llamo, ni la persigo… Parece que me la diste como única salida. Mi fidelidad es tan grande como la enfermedad que me abate. Ella me mata y tú me das vida, ella me aflige y tú me enterneces. Ella me recuerda mi naturaleza mortal y tú me susurras, en tu lenguaje celeste, cosas divinas.
¿Qué has venido a ver en este desierto? ¿No será tu propia naturaleza pecadora, siendo golpeada por la tormenta de arena? ¿En quién vas a depositar tu confianza? ¿En un ejemplo de dolor sembrado y cosechado por mí mismo?
Yo sigo un hilo que no puedo ver, como un olor fragante que a veces desaparece, y que desesperado vuelvo a encontrar luego de buscarlo como un sabueso. Esto de ver la Gloria de Dios no es para quienes tienen la cabeza bien puesta sobre los hombros, es para decapitados.
La lámpara de operaciones tiene la forma redonda de un Querubín. Sus múltiples bombillas led te dan la sensación de los muchos ojos que muestran la terrible y poderosa naturaleza del ángel. Las asas con que la controlan tienen la forma de sus alas. Estoy crucificado frente al ángel y él me escruta como nadie lo ha hecho. Nada soy mi Señor, en cambio todo lo seré si me recibes.
Yo te he abierto por muchos años la puerta, recibiéndote y echándote, como una esposa bipolar.
¿Cuándo podré pedirte perdón por última vez sin volver a fallarte? ¿Cuándo recostaré mi cabeza en tu costado sin sentir vergüenza? La respuesta está en tu Palabra: No sucederá hasta que muera, porque no soy yo quien se redime, eres tú quien paga, que me libera de la trampa, como a un animal desesperado que se ha enredado hasta el hueso.
Si tú quieres, Cristo, puedes sanarme, pero ya no sé lo que yo quiero. No sé qué cosa es más importante; sanar mis heridas o sanar para siempre. Creo que la segunda, por eso… Selah.
Oh Señor, si de algo sirve entonces esta pequeña crucecita, que en nada se compara con la tuya… Te pediré que mi sospecha se vuelva certeza en el ojo de quien la lee. Yo estoy en la franja y tú estás en todas partes. No hay lugar a donde miremos que no nos llames. Danos oídos divinos para escucharte. Permite que tu música eterna baile en nuestros pechos.
Y cuando despierte, de esta vida, lo haga en tus brazos, oh amado, oh esposo mío…
Marco Gentile
Manaus 29-04-2024
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