Seamos francos, a nadie le gusta perder, la sensación que produce es espeluznante, nos hace sentir inferiores, débiles. A veces llegamos a tal punto de negativismo después de un fracaso, que generalizamos nuestro error y nos sentimos ineptos para cualquier tipo de tarea que podamos hacer.
Siempre estamos en constante aprendizaje, y se vuelve casi imposible adaptarnos con igual rapidez al torrente de información que nos llega. Aun amando lo que hacemos, erramos y perdemos.
Sin embargo, normalmente hacemos uso de la frase "aprender a perder" para referirnos al necesario cambio de esas formas negativas de reaccionar a la pérdida en una determinada situación, usamos esa expresión para animarnos a tener una mejor actitud, aun aceptando la derrota.
El problema de hacer literal esta frase es que puede sumirnos en un aura de negatividad mental que nos impedirá ser resolutivos ante problemas futuros por estar predispuestos a siempre perder. El punto crucial que debería resaltarse en eso de “aprender a perder”, no debería ser la perdida, que nos deja sentados en la banca victimizándonos constantemente, sino el "aprender" del fracaso.
Muchos cristianos de hoy, ensimismados en el vaivén de sus corazones egocéntricos, tienden a entrar en un estado de profunda tristeza o depresión por las pérdidas que Dios permite en sus vidas, porque asumen que el Padre les está negando cosas que consideran necesarias, y pierden la visión de sus procesos.
Se nos suele olvidar que perdiendo también se gana: "Porque todo el que quiera salvar su vida, la perderá; y todo el que pierda su vida por causa de mí, la hallará. Porque ¿qué aprovechará al hombre, si ganare todo el mundo, y perdiere su alma? ¿O qué recompensa dará el hombre por su alma?" (Mat 16:25-26 RV60)
Este texto explica dos tipos de pérdida: las que se producen por nuestra negligencia y las que son producto de nuestra diligencia. El comentario de la Biblia Plenitud afirma al respecto, que "Tomar la cruz no significa soportar alguna carga irritante, sino renunciar a las ambiciones egoístas. Tal sacrificio trae consigo la vida eterna y la más plena experiencia de la vida del reino ahora."
Mientras la negligencia nos aparta de los asuntos que corresponden al Reino de Dios, la diligencia nos aparta de los deseos del mundo para consagrarnos a Dios y a Su Voluntad.
En ese proceso voluntario vamos soltando poco a poco el molde del viejo hombre con sus vicios, y malos hábitos que nos conducen al fracaso, y en su lugar vamos incorporando a nuestras vidas la amplia gama de aprendizajes que vamos sacando de las pasadas derrotas.
Aprendemos a dominar nuestros impulsos, a ser agradecidos en las peores circunstancias, a amar al enemigo, a esforzarnos aun cuando nadie más se esfuerce, y a dar lo mejor de nosotros, no para ganarnos el favor de la gente, sino para honrar a Dios con nuestros actos.
Aprendemos a llorar con gozo, a deleitarnos con fervor, a amarnos, no de forma egoísta sino con el mismo amor que Dios nos demuestra día a día, un amor lleno de paciencia, misericordia y disciplina, no contenido en cuatro paredes, sino multiplicado y dado a otros.
Experimentamos la negación a nosotros mismos, por estar dispuestos a sacarnos un ojo o cortarnos una mano para evitar que el cuerpo se nos consuma en las llamas eternas de la perdición; y empezamos a mirar las cosas a nuestro alrededor bajo la óptica bíblica y actuar conforme a ella.
Pero sobre todo, y esto es lo más importante, cuando aprendemos del fracaso comenzamos a depender del poder que le dio la victoria en la cruz a Cristo. Fue precisamente ese poder, el que le permitió a Cristo dejarnos el mayor ejemplo con respecto a la virtud de ganar perdiendo.
La Palabra de Dios afirma: "El Señor quiso oprimirlo con el sufrimiento. Y puesto que él se entregó en sacrificio por el pecado, tendrá larga vida y llegará a ver a sus descendientes; por medio de él tendrán éxito los planes del Señor. Después de tanta aflicción verá la luz, y quedará satisfecho al saberlo; el justo siervo del Señor liberará a muchos, pues cargará con la maldad de ellos." (Isaías 53:10-11).
Jennifer Faviana Pérez
Dpto. de Redacción
Diseño: @favifer7 en Instagram
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