“Si yo no hago mal a nadie, si intento actuar de la mejor manera, si amo con fuerza a Dios… ¿por qué a mí?”
¿Alguna vez te has expresado de esta manera, terminando por hacerte esa pregunta?
A lo largo de tu vida como persona siempre llegará ese momento difícil, en el que las cosas empiezan a fallar, una tras otra. Etapas de la vida donde pareciera que existe un complot en tu contra o que en cualquier momento saldrá un equipo de televisión a decirte que todo ha sido una broma para cámaras escondidas.
Pero lamentablemente no es así. Los días malos existen, las malas rachas también y aún siendo hijos de Dios no estamos exentos de pasar por esos momentos críticos.
El tener que atravesar diversas pruebas hace salir a la luz nuestro verdadero carácter, nuestra firmeza (o ausencia de ella) y, sobre todo, el verdadero fundamento dónde está puesta nuestra confianza.
Escuchar: “¿Por qué a mí?”, es de lo más común cuando algo malo sucede, desde perder el autobús hasta atravesar por problemas de salud. Sin embargo, detrás de esas 4 palabras se esconde la esencia de nuestro ser.
Dudo que exista alguien que se emocione igual al pasar por una prueba, que recibiendo una bendición; es apenas natural. Pero la Biblia es clara al decirnos que estamos llamados a estar gozosos SIEMPRE (1 Tesalonicenses 5:16). Sí, en mayúscula porque a veces lo olvidamos.
Aún persiste en nuestras mentes esta fuerte creencia: “Todo lo malo que llega a sucedernos es un castigo o una consecuencia por haber tomado alguna mala decisión”, pero no siempre esto es así.
Es decir, esto no se trata de una mera ley física donde toda acción tiene su reacción igual de fuerte pero en el sentido contrario.
La palabra nos dice, en el libro de Santiago:
“Amados hermanos, cuando tengan que enfrentar cualquier tipo de problemas, considérenlo como un tiempo para alegrarse mucho porque ustedes saben que, siempre que se pone a prueba la fe, la constancia tiene una oportunidad para desarrollarse. Así que dejen que crezca, pues una vez que su constancia se haya desarrollado plenamente, serán perfectos y completos, y no les faltará nada” Santiago 1:2-4 (NTV)
Y es que cualquier prueba, en el área que sea, es sobre todo un test para nuestra fe. De la misma manera que se requiere cierto nivel de fe para creer en nuestro Señor Jesucristo, de modo que seamos llamados hijos de Dios, se necesita también un nivel específico de fe para tener la fuerza suficiente de sostenernos en el momento de la tribulación.
La pregunta incorrecta
Si llegamos al punto de cuestionarnos “¿Por qué a mí?”, es porque en nuestro mundo interior la fe está temblando y haciéndonos dudar de nuestra identidad como hijos de Dios, olvidando que la Biblia dice: “Y sabemos que a los que aman a Dios, todas las cosas les ayudan a bien, esto es, a los que conforme a su propósito son llamados” Romanos 8:28
Tenemos un padre tan amoroso y perfecto que aún los malos ratos de nuestra vida los transforma para que en el futuro nos ayuden para bien. Él usa esos breves momentos para pulir algo en nuestro carácter o para dar forma a ese camino de nuestro propósito en Él.
Así que, si hasta este momento te has preguntado “¿Por qué a mí?”, lamento informarte que has estado haciendo la pregunta incorrecta. Cuando pases por el momento de la prueba mejor pregúntate “¿Para qué a mí?”
(Si quieres entender de mejor manera la diferencia que hace esta pregunta, no dejes de leer la segunda entrega de nuestra serie: “¿Por qué a mí? Dándole la cara a las pruebas”).
Dos respuestas a esa pregunta
Sin embargo, no podemos desestimar con simpleza las interrogantes. Todo cuestionamiento amerita una respuesta. Y si a pesar de todo lo dicho, sigue martillándote la mente esa pregunta: “¿Por qué a mí?” te tengo dos respuestas.
Porque Jesús también sufrió
Cuando nos bautizamos en la fe cristiana, cuando aceptamos seguir sus pasos, recibimos el perdón de pecados y también nos bautizamos en su vida, incluyendo el sufrimiento.
Ahora, con o sin Cristo, tendremos momentos de dificultad porque somos humanos. La diferencia para los que están en Cristo es la esperanza de saber que así como estamos con Él para sufrimiento, lo estaremos para experimentar la victoria de su resurrección.
El apóstol Pablo escribió “Con Cristo estoy juntamente crucificado, y ya no vivo yo, mas vive Cristo en mí; y lo que ahora vivo en la carne, lo vivo en la fe del Hijo de Dios, el cual me amó y se entregó a sí mismo por mí” Gálatas 2:20
Es decir, lo que hace la diferencia es que no perdemos esta expectativa: Luego de cualquier día gris, todo estará bien, el sol saldrá otra vez, y nos levantaremos de nuevo.
Porque si aceptamos seguirlo a Él, también aceptamos lo que viene con esa decisión
Jesús nos lo advirtió: “Les he dicho todo lo anterior para que en mí tengan paz. Aquí en el mundo tendrán muchas pruebas y tristezas; pero anímense, porque yo he vencido al mundo” Juan 16:33 (NTV)
Las dificultades son parte del camino cuando seguimos a Jesús. Pero más allá de apesadumbrarnos y vivir en la negatividad por causa de esto, Él nos anima a confiar en que su victoria, también será la nuestra.
Autor: Erika Pulido Prada
Bogotá, Colombia
Diseño: Desiree Tarrío
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